Vivimos en tiempos difíciles, más que por los acontecimientos propiciados por los desastres naturales, por la cantidad de comercialización que se hace teniendo como materia prima la desgracia. Quiero precisar que no es nada nuevo, el marketing del miedo, de la tristeza y de las penas ha existido siempre, pero tal vez una manera clara de identificar la conducta humana, es sabiendo que siempre buscará sacar beneficios, incluso en medio de la tempestad.
En el caso de los Tsunamis, los sismos, las sequias, las zonas de guerra, las demarcaciones de narco o azotadas por el crimen, en las áreas devastadas por plagas, en los lugares peligrosos por los desechos industriales, en los pueblos fantasmas por la migración, en todos los anteriores, lo que reina es el morbo, es el sentido de pertinencia para los activistas y de oportunismo para los medios.
Dicen que después de la tormenta viene la calma, sin embargo, creo que las frases esa equivocada, pues luego de las desgracias, lo menos que se puede hacer es cruzar los brazos, es quedarnos esperando que las cosas se compongan por generación espontánea. Considero que “del cielo nada nos caerá” como dice Napoleón en su canción “Vive”.
Es por ello que muchas zonas de desastre en lugar de centrarse en mostrarse vulnerables, lo que han hecho es ponerse los pantalones y pilas, para ser percibidos como proactivos, como ejemplo “Tsunamiland”, un centro turístico en una ciudad japonesa azotado por el Tsunami del 2011. Se trata de tomar el toro por los cuernos, en lugar de recurrir al sonsonete propio de la conmiseración.
Los destinos que le ven el lado amble a los desastres, encuentran que la vida puede ser injusta, a la vez de que entienden que aún es más injusto, esperar a que sean los demás los que tomen riendas de la situación.
El país es reconocido a nivel internacional por su capacidad de cooperación y solidaridad, somos mitoteros y jaladores, por lo que lo que se requiere es orden, son políticas sociales que muestran una visión clara de lo que se va a hacer. Un ejemplo de hace años, es el caso de Cancún, el cual después de un huracán, se puso las pilas para alistar los hoteles, restaurantes, atractivos, calles y avenidas. La reconstrucción de esta paradisíaca playa, nos recuerda que nos toca levantar la cara y ponernos a chambear, pero hablar de nos toca, se basa en hacerlo con organización.
El turismo de la catástrofe es un modelo que veladamente vivimos sin darnos cuenta, sucede cuando visitamos las zonas arqueológicas, cuando conmemoramos las batallas históricas, cuando visitamos el museo de la tolerancia o la casa donde encarcelaron a Hidalgo, nos gustan las historias, y las que son lamentables les damos nivel por medio de la historia, el heroísmo o el bien común que se consiguió.
El reto para México es mostrarle al mundo que está disponible, que se encuentra con ímpetu para regresar, y que para ello requiere de turistas tanto en las zonas afectadas como en los destinos que siguen fungiendo como motores de desarrollo mientras la cosa se estabiliza. Tal vez por eso no concuerdo con aquellos que piden que se pare la actividad publicitaria, por eso no coincido con los que exigen que diversas industrias cancelen sus operaciones, pues lo menos oportuno es frenar la economía en tiempos adversos. Lo que si he visto es un despertar en la participación ciudadana, por lo que recuperar los destinos será una tarea menos compleja.
Mientras tanto, además de activismo el reto es exigir, pues al parecer estamos olvidando que existen mecanismos, instituciones y presupuestos (posiblemente insuficientes) para la reconstrucción, por lo que la verdadera catástrofe es que en medio del caos, algunos se liberan de su responsabilidad, en lugar de tomar la actitud de destinos como Nueva Orleans en donde gobierno, sociedad y empresarios, trabajaron en la misma visión.