Hace mucho que no le decía “trabajo” a lo que hago, porque siempre sentí que mis horas laborales también son horas de vida, sólo que me enriquecen de otra forma. Pero esta vez siento que sí las he trabajado, como nunca.
Sé que no soy el único. Todos los que estemos en actividad laboral desde nuestras casas, sea cual sea la tarea que desempeñemos, este último tiempo seguramente le hemos invertido a nuestro trabajo más horas, físico o, al menos, neuronas que en cualquier otro momento. Y, después de habernos concentrado de manera tan profunda en algo por tanto tiempo, veo difícil que salgamos con una opinión gris al respecto.
Esto sin duda tiene un lado bueno: así como habrá a quienes esta contingencia les permitió descubrir que aman a su pareja o que odian su casa – o viceversa – hay muchos otros que probablemente terminen de definir si aman u odian su trabajo.
Lejos de querer encontrar en esta reflexión una epifanía, preferiría usarla para entender con qué mundo pudiéramos llegar a encontrarnos “el día después”.
Vamos a futurear.
Muchas de las personas que colaboran hoy en nuestras organizaciones, van a renunciar. Sí. Van a llegar a la oficina el día uno con un papel firmado para que les den su finiquito y puedan irse a estudiar una nueva carrera, emprender un negocio, perfeccionarse en un oficio, sumarse a una ONG o cualquier otra cosa que los llene más que su trabajo actual. Imagino una ola de renuncias simultáneas. Más allá del problema enorme que generaría en las Organizaciones, sería un momento verdaderamente liberador para el Capital Humano mundial. Ordas de gente saliendo a la calle a perseguir su verdadera pasión, sin importar las consecuencias económicas a corto plazo.
Pero también habrá muchos otros que volverán alimentados por un hambre insostenible de disfrutar las tareas para las que fueron empleados antes de todo esto. Las Organizaciones estarán desbordantes de personas abocadas a hacer el mejor trabajo de sus vidas, no para conseguir el éxito social o un sustento económico, sino porque se dieron cuenta de que alimenta su propósito personal.
Como verán, no importa si después de todo esto sean más los que reafirmaron una pasión o los que crearon una aversión. Ambos, sumados, podrían generar un movimiento global nunca antes visto, que provoque una verdadera revolución productiva impulsada por algo tan humano y esencial como la búsqueda de la auto-realización.
Puedo equivocarme. Pero espero que no.