Si las marcas no desarrollamos historias comunicables que generen conexión con el consumidor, hemos perdido la capacidad de estructurar la estrategia de marketing, en tanto, se nos ha olvidado lo que nos hace humanos: esa capacidad de emocionarnos con la historia, con las narrativas y los cuentos de otros, de simbolizar cada época de nuestra vidas y tener algo que contarle a los demás; no en vano se celebran matrimonios en todo el mundo, más allá del carácter religioso que pueda contener, es un evento cargado de un alto poder simbólico que por sí solo le habla a la sociedad.
Asimismo, las marcas no pueden perder su magia: el simbolismo, aquello que genera identidad emocional, pues sería un tanto ilógico plantearnos una estrategia desde la experiencia sin tener un verdadero contenido que vaya más allá de la operatividad misma y de lo que el consumidor va a percibir; debemos aprovechar toda capacidad de sorpresa y fascinación por las historias para lograr esas conexiones de marca tan anheladas.
Encontrando de esta manera, vínculos que facilitan un verdadero voz a voz capaz de comunicarse en cualquier plataforma de relacionamiento, teniendo en cuenta que no estamos hablando únicamente de que el consumidor recomienda marcas y cuenta su experiencia de manera presencial, sino que, las plataformas digitales permiten un apalancamiento superior para compartir verdaderos relatos de marca.
En virtud de ello, el poder simbólico debe soportarse en la representación inconsciente de la marca, la relación entre el producto y los recuerdos del consumidor; para así comenzar a encontrar insight profundos que sean capaces de movilizar comportamientos alrededor de la marca, pasando por un proceso de mutación para que se vuelva comunicable a partir de la construcción de la narrativa de marca.
Se trata de entender que la marca independiente de su categoría tiene que ser capaz de trascender para no convertirse en un commodity, de narrarse a sí misma para que los estímulos que emita sean puntos clave de relación e identidad; encontrando un verdadero poder en lo intangible, en la sencillez del simbolismo.