Desde hace varios días he tenido la idea de escribir al respecto de cómo la sociedad en la que me tocó vivir, ha decidido luchar de manera muy férrea en relación a los derechos y garantías universales. Lo han hecho de una manera tan frontal, que entre tanto esfuerzo se han olvidado algunos conceptos como la privacidad, el respeto por lo ajeno y la necesidad de la propiedad intelectual.
Bajo la consigna de buscar un mundo mejor, hemos hechos de las causas un teatro de 24 horas y 360 grados, tal vez para demostrarnos a nosotros mismos que no somos tan monstruosos como pensamos, o para acentuar que aun con nuestras monstruosidades, podemos hacer de la vida un reality interminable que aborda los ecos existenciales y contrastantes de la humanidad.
Fundaciones y asociaciones (no todas) hacen su agosto por medio de la vulnerabilidad, por medio de la catástrofe y de acentuar las divisiones, pues advierten que al reconocer las diferencias nos acercamos.
Yo difiero un poco, lo que ha pasado es que hemos convertido a las personas en mercancías más allá de la trata, pues mientras que en la prostitución se advierte la coerción de los derechos para ofrecer placer, lo que sucede con las campañas sociales que “emplean” a personas vulnerables como imagen, nos recuerdan que su desgracia es por múltiples y simultáneas vías, pues para sobrellevar su situación, además de vivir nulamente sus derechos, deben convertirse en esa clase de BTL ambulante disponible para políticos, fundaciones, organizaciones y demás minorías que promueven sus causas.
Quiero resaltar que no estoy en contra de la generación de oportunidades, más bien no concuerdo en la manera en la que hemos difundido el mensaje. Por un lado la publicidad de las organizaciones civiles se basa en destacar las devastadoras carencias, mientras que otras procuran relatar en sus esfuerzos comunicaciones, el logro de los objetivos. En ambos casos, la lucha tiende a ocupar del potencial de los “invisibles”, para llevarlos a los planos de la exposición, con o sin permiso de los protagonistas.
Recuerdo hace algunos años a una señora que me contó había pedido una silla de ruedas pues tenia un pequeño con un padecimiento congénito que le impedía caminar, le entregaron una despensa y le dijeron que no podía pedir más. El tema no concluye aún, semanas después la señora y su hijo estaban en spots, vallas y panfletos diciendo que dicha organización le apoyó. La triste historia es que hemos olvidado la importancia de la comunicación social para convertirla en el circo de las apariencias filantrópicas.
Siguiendo con el tema, hace una semana el director de un prestigiado diario, me comentaba que en ocasiones solicitan donadores de sangre en la fan page de su medio, -“existe una gran participación de comentarios, compartidos y likes, pero en la vida real, son si acaso un par de personas las que verdaderamente hacen algo”, mencionó el directivo.
La cosa no acaba ahí, pues ahora vemos a las personas como el fondo o decoración para nuestras publicaciones, deseamos su presencia para validar la nuestra, hemos llegado a la cosificación en niveles que aun desde la responsabilidad social y sus austeros (pero presuntuosos) esfuerzos, sigue contando con una lista de pendientes, facilitando el letargo del gobierno y pretendiendo que el método es llenar al mundo de campañas aunque sean momentáneas, transgresoras e incluso que ataquen lo que piden se respete. ¿Qué opina?