Hace algunos meses compartí en otro medio nacional dedicado a la política, varios perfiles que se presentaron en las elecciones presidenciales, dentro de todos los tipos, les aseguraba a los lectores que el ingrediente de la indignación es una característica propia de nuestro tiempo, y prácticamente se ha convertido en un adjetivo de todos las tipologías de clientes, proveedores, ciudadanos, becarios, funcionarios, intermediarios…
Nos indigna todo y nada, nos altera, nos subleva y pacifica, nos invita y nos reprime. La realidad que vivimos es una dualidad contante. Entre que queremos resolver todos los problemas del mundo y en ocasiones no atendemos ni los del hogar, sin embargo, indignarnos se ha vuelto parte de nuestra rutina diaria, tal vez como una medida cautelar para recordarnos sensibles y participes de la sociedad, al mismo tiempo que nos recuerda lo calculadores, ventajosos y fantoches que somos.
Bajo la perspectiva política (con el resultado de las elecciones he podido gozar con un poco de razón), puedo comentarles que una tendencia no solamente en los planos electorales y de gobierno, es la estimulación de visiones que planteen la búsqueda de la dignidad como un centro de muchos mensajes y por tanto de campañas.
Después de la responsabilidad social, la visión se ha convertido en un rompecabezas más completo, justo en días pasados le comentaba a un colega como es que los términos cambian para hacer que muchas cosas permanezcan, así lo conversábamos por el tema tan en boga del emprendimiento, cuando hace años le llamamos gestión, lo mismo sucede con el cuidado ecológico, las causas filantrópicas, las actividades comunitarias, la gobernanza, la participación ciudadana, por citar varios de los mecanismos que se han instaurado para poner de manifiesto que estamos hartos, confundidos y a la vez con algo muy claro: queremos ser escuchados.
Hace unas semanas atrás compartía en Instagram la decisión de Chile en cuanto a la prohibición de las bolsas de plástico, compartí algunas apreciaciones, las cuales se basan en que mientras visibilizamos unas aristas otras quedan sepultadas. Luego de compartir varias viñetas sobre el tema desde perspectivas como el marketing, la política e incluso la nutrición, publiqué una foto de la manera en la que hago el súper con bolsa de tela. Acto seguido llegó la primer ola de personas con SAO, fueron si acaso una decena de mensajes, pero con esos tuve, la intensidad de los Activistas Obsesivos es tan severa que no sabes en que momento les darán una estatuilla en el Oscar.
Los primeros inbox y comentarios se relacionaban al mal uso que hacía de la bolsa de tela, otros me reclamaban pues decían que aún usando la bolsa había cosas con empaques, por último, unos me referían el motivo por el cuál compartí tanto los datos, como esa “armada exposición ecológica”.
Claro que lo hice para verme bien, para montarme en un tema en tendencia y para interactuar, para mostrar que también me indigna que el mundo se este cayendo a pedazos por el cambio climático. Mi acto no es tan diferente como el de aquellos que les obsesiona ver quién está mal en el activismo, esa es la primer característica para detectar el SAO. Algunos otros síntomas:
- Siente que sin su actividad las cosas no podrán salir adelante, el universo se recarga en usted.
- Tiene que usar el enojo para poner en marcha su activismo, alegre no le sale, ni le vale.
- Cacarea más huevos de los que pone, es más, usted no ha puesto ni siquiera un huevo.
- No tiene otro tema de conversación que las tapas, los perros, los veganos… desayuna, como y cena lo mismo.
- Usted es el dueño, inventor y solucionador de la causa, si alguien más lo intenta debe ser bajo su aval, pues no sabe que “coños” hace y pone en peligro tantos años de avance.