“Los grandes líderes son casi siempre grandes simplificadores. Pueden interrumpir cualquier argumento, debate y duda y ofrecer una solución que todos puedan entender”. Frase celebre de Colin Powell, Secretario de Estado de Estados Unidos de América durante el mandato de George Bush hijo.
Coincido con su afirmación y también considero que además de ser grandes simplificadores también tienen la habilidad de conformar equipos de alto rendimiento ya que son capaces de motivar a sus empleados a dar lo mejor de sí mismos, esto es a potenciar sus fortalezas.
Entonces podemos decir que un buen líder es capaz de ejercer un gran poder, tanto para hacer cosas correctas como para hacer las incorrectas. Ahora bien, la autoridad que ejercen sobre sus subalternos puede ser adquirida u otorgada.
La diferencia radica en si el líder se ganó la autoridad o si la arrebató de sus subordinados a través del miedo, la incertidumbre, el acoso, entre otras cosas. Ya en otras ocasiones hemos hablado de la importancia de decir que no, pero ante este tipo de líderes a veces se piensa que no es una opción.
Es por esto que cada vez más las organizaciones están mayormente involucradas en fomentar una cultura de apertura ante los empleados para detectar a aquellos líderes que lejos de fomentar un ambiente de trabajo que promueva la comunicación y la libertad de expresión, más bien reprimen a sus equipos de trabajo.
Es increíble que estando en pleno siglo XXI aún haya líderes que infundan un gran terror en sus empleados.
Recientemente tuve la oportunidad de conocer a una persona cuya jefa le ocasionaba ataques de ansiedad a tal grado que en las noches se levantaba gritando.
Ahora bien, ¿qué se espera de un líder?
Un buen líder debería ser capaz de no generar inestabilidad, esto es tener una comunicación clara, abierta y oportuna para eliminar en la medida de lo posible la ansiedad en los empleados.
Un buen líder también debería tener bien claros y definidos sus valores y además permearlos en el equipo.
Un buen líder también debería enseñar a sus subordinados, ser un maestro para ellos. También debiera motivarlos a tomar decisiones.
En fin, ser líder no sólo implica influenciar a las personas con el objetivo de que hagan lo que tienen que hacer de la mejor manera posible sino también que estén convencidos y comprometidos con aquello que necesitan lograr.