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#LaPresiónSocialExiste Sí, me renté para bodas

Francisco Santamaria columnista InformaBTL
Entre 2003 y 2009 fui muy pobre, hablo de pobreza económica. Fueron siete años de trabajos mal pagados, plenos de frustración y más de un año de desempleo.

Recuerdo muy bien que durante un año completo comí, desayuné y cené lentejas con papas -Hoy es una de mis comidas favoritas por la nostalgia de esos años duros que se aprendí mucho.- Era lo más pragmático, económico y fácil. Compraba una gran bolsa de papas y lentejas y las cocinaba para tomar energía y hierro para seguir luchando todo el mes. No había modo de generar riqueza digna. No era yo, era el país. No encontraba el camino, ni mi sitio. Estos años de crisis son muy generosos y aportan mucho. En su momento no lo entiendes, pero al pasar los años cada vez te das más cuenta del aprendizaje. Es una especie de hambre fisiológica, de pasión, conocimientos, contenido, creatividad y vivencial. Sin este tipo de hambre un hombre no será capaz nunca de luchar por sus metas y lograrlas. Es indispensable tener hambre en esta vida para crear, luchar y ser feliz. El hambre saciada -en todos los significantes- da consuelo, barriga llena y un pizca de sabiduría.

Era tanta mi hambre de todos tipos que cree un nicho de mercado. En uno de mis muchos trabajos mal pagados y deprimentes, de pronto se me acercó una compañera de trabajo y me pidió como un gran favor especial que fuera su acompañante -Escort- , así de plano. Que ya no soportaba más acudir a las bodas de todas sus amigas que se casaban cada mes sin una compañía masculina que la arropara frente a la presión social que representa para muchas mujeres como ella, mexicanas asistir a una boda sola después de los treinta años. Sin duda, por supuesto y por el hambre accedí. Llegamos a un arreglo. Yo la acompañaría a la boda, bailaría, generaríamos una historia de amistad. Una imaginaria relación cercana, bailaríamos juntos. Por supuesto me presentaría a las tías incómodas que siempre preguntan. ¿Y tú para cuándo te casas? Mi misión sería ganarme a las tías y a los impulsores de la presión social para subsistir plenamente en el evento. En la boda, yo, sería quien mi contratante quisiera que yo fuera. A cambio, habría una moneda de cambio en efectivo. Independientemente de los viáticos que implica asistir a una boda: gasolina, depreciación de coche y tintorería. Se convirtió en mi clienta recurrente. Me volví como de la familia, era una boda en promedio por mes. Por ser mi primera clienta le cobraba 1500 pesos por evento más viáticos. Si se alargaba la boda, había horas extras y propina. Así las cosas.

Les escribo esto con orgullo por el hambre que sentí en esos días y porque fui el creador de un modelo interesante de negocio, que hoy día puede funcionar como una App rentable para hombres y mujeres que sufren por la presión social de no cumplir con el requisito de no tener una pareja formal que los acompañe a eventos sociales. Y también como un fenómeno social que viven y sufren mucho las mujeres latinoamericanas. Para muchas mujeres hoy en día no tener un acompañante en bodas es un gran problema. Implica -con una pobre visión miope de nosotros los hombres y mujeres- devaluación y baja escala social, quizá hasta vergüenza y mucha falta de autoestima. Ahora me pregunto: ¿La presión social es buena o mala para la sociedad? Definitivamente es un arma de dos filos, nos permite fortalecer la familia como núcleo de voz social -familias heterosexuales, homosexuales o por alianza, sin ser moralino-. Por otra parte implica cometer muchas tonterías vivir en una realidad aparente y mentirosa. Para mi fue un nicho de mercado que me ayudó a combatir el hambre. Rentaba un espacio en la revista Tiempo Libre: sólo decía “Me rento para bodas” y mi teléfono. Recibí muchas llamadas, filtraba a las prospectos y ganaba dinero. La presión social es capaz de mover montañas, paradigmas y generar mentiras de sólo apariencia. Es un gran nicho de mercado que no se aprovecha lo suficiente. Pero, ¿es ético y moral? Si compartes un rato de soledad consciente con otra persona y juegas un juego, es muy válido. Si caes en la mentira de creerte tus propias mentiras, es un daño mental irreparable. Más vale sólo que mal acompañado o generar alianzas para subsistir y dialogar con la soledad. Se vale. Es parte de pertenecer a cualquier tribu social. Lo que sí no puede pasar es dejar de tener hambre de todos los tipos, siempre y cuando respires.

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