Todos hemos sufrido una pérdida, la de un ser amado, un trabajo, una casa, un proyecto, etc. La pérdida es algo “normal” en nuestra vidas, pero nunca lo vemos así. Cuando perdemos algo o a alguien, siempre le damos una connotación negativa y por lo tanto sufrimos con ella; y cómo no dársela si depositamos todo nuestro amor, tiempo, esperanzas y expectativas en ello. Perder es dejar de poseer o tener y ese es el primer error que cometemos, pensar que las cosas o las personas son nuestras y que siempre van a estar ahí. Por eso sufrimos, porque no han quitado algo nuestro, algo que nos pertenecía. Pero sobre todo sufrimos porque nos han arrebatado la hermosa idea que teníamos de aquel o aquello.
No importa si te despiden, o si te embargaron, o si fracasó, o si murió. El duelo viene acompañado de todo esto. El duelo es la respuesta emocional ante la pérdida, es un proceso de adaptación a la nueva realidad a la que nos enfrentamos. Si hay un vínculo emocional con algo o con alguien y la pérdida se vive como algo irremplazable en el momento, entonces hay un proceso de duelo.
La pérdida no solo está asociada con la muerte
Muchos de nosotros sólo lo asociamos a la muerte, sin embargo, se relaciona con todo aquello que nos duele en lo más profundo cuando dejamos de tenerlo. Ya sea una persona, mascota, proyecto, trabajo, propiedad, una parte del cuerpo, un divorcio, la jubilación, incluso un tumor o una enfermedad, etc. La muerte no es la única que nos separa de la idea y las expectativas que depositamos, también la distancia, los procesos, las peleas, los rencores, las deudas, los accidentes, etc.
Todos la vivimos de manera diferente, sin embargo hay etapas por las que todos pasamos, a nuestro modo, claro.
La negación
El proceso de adaptación a la nueva realidad sin esa persona o cosa, es muy difícil, al cerebro le cuesta trabajo erradicar aquellos hábitos que se tenían y juega en nuestra contra, desde el hecho de empezar a hablar en pasado, hasta en crear visiones acerca de éstos, que enseguida te das cuenta que no son reales. Pero si al cerebro le cuesta trabajo, a nuestro inconsciente más. La negación juega un papel importante porque amortigua el golpe tan grande y evita el sufrimiento, bueno, no lo evita, sólo lo posterga, porque es inevitable que algún día en algún momento, choquemos con la realidad y no nos quede de otra más que aceptarla. Es el típico “no puedo creer que ya no esté”, o el “no me imagino a mí mismo viviendo en otra casa, o trabajo, o con otra persona”.
El enojo
Ya aceptaste que no está, ahora es tiempo de buscar responsables, de buscar a quien pague por tu pérdida, y muestras rabia todo el tiempo, con quien sea. La frustración se apodera de ti y con ella viene el enojo (son primos hermanos, vienen en paquete cuando no hay la suficiente IE). Aquí te das cuenta que no hay vuelta atrás, que el daño es irreversible y que no hay solución que te satisfaga. Es el típico “¿por qué me tenía que pasar esto a mi, no entiendo, es tan injusto”.
La negociación
No hay solución que te satisfaga pero no significa que dejes de buscarla. En esta etapa empieza el famoso “y si hubiera..”. Piensas en cómo pudieron haber cambiado los resultados si los hubieras hecho de otra manera. Te quiebras la cabeza imaginando escenarios diferentes con finales alternos. Dicen que el hubiera no existe, yo digo que sí, pero sólo existe para atormentarnos porque no hay nada que cambie el pasado.
La depresión
Nos inunda una tristeza profunda, te sientes abatido por la pérdida, pierdes las ganas de hacer las cosas que antes te gustaban, te cuesta trabajo dormir o al contrario, es lo único que haces porque evades tu realidad dolorosa. Comes por ansiedad o dejas de comer porque no tienes las fuerzas y porque muy en el inconsciente tienes ganas de morir junto con esa idea, persona o cosa. Te alejas de tus seres queridos, lloras sin saber como parar, es tan grande el vacío que te come y dejas de ser tú. Es el típico “no puedo vivir sin él”, “la vida jamás tendrá sentido otra vez”. ¡Ojo! esta depresión es situacional y momentánea, vívela, no la reprimas, algún día despertarás y se habrá ido, no es una depresión clínica, aunque podría convertirse en una cuando el duelo no está bien manejado, cuando no cuentas con un sistema de apoyo, cuando no hay ninguna razón en tu vida que te motive a seguir adelante, o cuando de plano, niegas todas tus emociones. Si llevas más de 3 meses en esta etapa y no le ves un final, es importantísimo que busques ayuda profesional. No estás solo, aquí hay alguien para ti.
La aceptación
Te has resignado a vivir sin eso que tanto querías. Te has demostrado a ti mismo que sí puedes vivir sin aquello, que has podido seguir adelante. Has aprendido que el tiempo cura toda las heridas mientras quieras salir adelante. Aquí viene la resiliencia, no te quedaste tirado en el suelo, te levantaste, te secaste las lagrimas, y seguiste adelante. Volviste a experimentar placer, alegría, sentiste el gusto de vivir y sin sentir culpas. Aceptas tu realidad y alejas el dolor. Decides ver las cosas de una manera diferente. El aprendizaje viene de la mano, introyectas la lección de la vida, le adjudicas una razón y vuelves una situación negativa en una positiva. Utilizas el gran poder de tu mente para decidir pensar que eso que pasó no fue en vano y puedes generar algo de esta pérdida. Es el típico “es verdad ya no está, pero todo el tiempo que lo tuve fue maravilloso y agradezco la oportunidad de haberlo tenido”.
Debo de aclarar que no todos pasan por todos las etapas y tampoco debe de ser en ese orden, todos somos diferentes, yo por ejemplo estoy pasando por el duelo de mi padre, hace una semana lo perdí (por eso este artículo) y puedo decir que fluctúo entre el enojo y la depresión. Me di cuenta que sigo buscando quién me la pague; durante una discusión con una empleada de una lavandería donde dejé unos tenis, me escuché diciendo: “¿quién me va a pagar esta pérdida?” al recibir mis tenis echados a perder, enojadísima y frustrada por unos tenis nada mas. Me despierto sin ganas de hacer ejercicio, algo que me gusta y me hace sentir bien. Dejé la negociación gracias a mi terapeuta que me hizo entender (obvio ya lo sabía, porque quien tiene el problema, tiene la solución) que de nada sirve vivir en el pasado y que me sentía culpable de cosas que no eran mi responsabilidad. La culpa es maldita y casi siempre está presente en el duelo. Pero la depresión sigue, lloro porque mi perro me mordió un lapicero, armo un pleito porque no me siento comprendida por nadie. “Es normal”, me digo a mí misma; “es tu duelo y tienes derecho a vivirlo sin sentirte víctima ni culpable, está bien no tener ganas de nada y querer evadir tu realidad, ha pasado sólo una semana, pero pronto tendrás que pararte y seguir y por fin aceptar que él ya no está y eso también está bien (porque resiliencia)”.
La adaptación va a llegar, sino llega, entonces estaremos en un problema. Date un tiempo, pero no mucho. Trabaja contigo mismo para superar la pérdida, está bien sufrir, pero no demasiado, oblígate a seguir cuando no tengas fuerza, arréglate y ve a la reunión aunque no tengas ganas de ver a nadie. Tú mismo tienes que reprogramar tus pensamientos, reorganizarlos para demostrarte que sí puedes seguir adelante, que no importa que fue lo que te hayan arrebatado, eso no te define, al contrario, te construye, te nutre. De nuevo encuentra ese equilibrio emocional, cundo te caches sufriendo, piensa que éste es opcional, el dolor no. Este seguirá y te dolerá siempre que te acuerdes pero no te detendrá. Esas emociones que sentías por aquello tan querido, ya no están, tienes que recolocarlas de una manera sana y fluida. Sé tolerante contigo, escucha tu dolor, siente la nostalgia, sino te lo permites, esto se pondrá peor, un día reventará en tu cara. No permitas que se quede como un trauma y condicione tus pensamientos. Despídete del pasado, de lo antiguo, de la idea, de la expectativa, de lo que pudo ser pero no fue. Despídete de los fantasmas, de los reclamos y culpas. Despídete de todo eso que no te deja ser y crecer. Y dale la bienvenida a lo nuevo, a lo desconocido, a lo que puede ser y será.
Recordé el discurso de Steve Jobs que dio en Stanford hace muchos años, habló de tres historias en su vida; la primera era conectar los puntos mirando hacía atrás y confiar que éstos se conectarán en el futuro. La segunda fue del amor y la pérdida, de su familia, de su despido, de sus fracasos; “debes encontrar lo que amas”. Y la tercera habla de la muerte y la describe como “el mejor invento de la vida, es el agente de cambio pues despeja lo viejo para traer a lo nuevo”. Y esto es lo que debemos de recordar, perder algo o a alguien no es el final, sólo es el principio de una nueva historia, de un nuevo ciclo. Recíbelo y construye con el, un futuro digno para ti.
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