A los tres o cuatro años de vida, los seres humanos atravesamos la edad de los “¿por qué?”. Nos asaltan las dudas en diferentes tópicos de la vida y, desde las más simples acciones cotidianas hasta los grandes temas existenciales, todo se convierte en un gran interrogante que queremos dilucidar. Esto es normal, porque estamos organizando nuestro mundo y para comprenderlo tenemos que preguntar “¿por qué?”.
Siguiendo esta lógica, siento que las personas maduran cuando entran a la edad de los “No sé”.
Seamos sinceros. A partir de que nos sentimos suficientemente experimentados, admitir que no sabemos algo nos puede resultar difícil y hasta incómodo. Después de todo, se espera que cualquiera que haya existido unos cuantos años en este mundo tenga conocimiento y certeza de las cosas. Se supone que “los grandes”, en tiempo o experiencia de vida, deben tener todas las respuestas.
Pero asumir ese lugar puede ser un error, y más para quien lidera un equipo.
Cuando alguien se acerca a su Director/a con una pregunta que no puede responder, lo más poderoso que puede hacer es dejar el ego de lado, resistirse a la tentación de arriesgar una respuesta y decir “no sé”. Porque lo importante no es que los miembros de su equipo crean que sabe todo, sino que tengan la seguridad de que les pasará todos los conocimientos que haya acumulado y, a su vez, está dispuesto a aprender de ellos o con ellos todos los que le falten. Eso es ser un líder humilde, auténtico, que confía en sí mismo, que no tiene nada que demostrar ni ocultar. Un líder maduro.
El líder que atraviesa la edad de los “No sé” puede crear en su equipo un ambiente mágico que permita que todos, incluyéndose, asuman el riesgo compartido de estar intentando algo nuevo y pierdan el miedo de buscar algo más grande y mejor que lo que ya conocen.
Abracemos la incertidumbre. A veces, lo que nos lleva a innovar no es lo que sabemos, sino lo que ignoramos.