Las compras desaforadas y las pretensiones de cambios de vida en los consumidores de acuerdo con su contexto socio cultural, donde lo que importa es lo que se tiene en el bolsillo y la marca de la ropa que se lleva puesta, no se pueden resolver de manera tan simple como tirarle el agua sucia a la publicidad, creyendo que los anuncios han sido capaces de corromper los corazones y las mentes de consumidores que no saben qué hacer con sus vidas.
Cuando aparecen estereotipos que no son observados como fenómeno o manifestación de un sentir social, si no que se deriva de la comunicación que hacen las marcas para llegarle a sus consumidores, se le echa la culpa a la publicidad; esta percepción miope de los procesos publicitarios y comunicativos, sólo facilita las excusas para tapar problemáticas de fondo donde se vislumbra que el constructo social no ésta bien; que hay una incapacidad para pensar por parte de los individuos, pero no nos hemos detenido a analizar que con hambre no se piensa.
Si bien la publicidad tiene influencia en las decisiones de compra de los consumidores, los publicistas no son unos genios para movilizar a las personas a hacer lo que una marca quiere que hagan; se trata de analizar las estructuras sociales, culturales y políticas de los países que han conllevado a que las prioridades de las personas se cimienten en elementos efímeros, pues los procesos educativos en el seno familiar se desvirtúan de manera acelerada y no necesariamente porque los padres así lo deseen, sólo que no saben hacerlo porque es probable que en su niñez los valores se imponían como mecanismo de resistencia y no de enseñanza.
Por lo tanto, la culpabilidad de las problemáticas sociales no se pueden trasladar de manera categórica a la publicidad, pues esta requiere procesos de investigación etnográfica que permitan dar cuenta de lo que está pasando con el consumidor; cómo se están transformando sus comportamientos de acuerdo con el contexto en el que vive; entonces, se evidencia que la publicidad no tiene una bola mágica que permite adivinar cuál es el mensaje comunicativo que va a funcionar mejor; que los hará comprar; que va a cambiar los estilos de vida; todo depende de la investigación; de entender las problemáticas humanas y entrever qué es lo que las personas desean en su inconsciente para podérselo mostrar.
En conclusión, el problema no está en la publicidad sino en la inversión social y educativa de las comunidades para transformar sus realidades y percepciones sobre la vida.