Nunca lo pensamos. Hoy tenemos una imagen presidencial muy diferente. Cambiamos de súbito. Austeridad. Sencillez y una marca económica. Quizá algunos no lo han notado pero AMLO cambió ya su imagen de manera drástica pero en un esquema de transición. Poco a poco. Día por día. Pasó de ser chairo a vestir como un estadista. En campaña usaba básicos como camisas blancas -que por cierto proyectan autoridad- y guayaberas. Un estilo muy cómodo y sencillo para la política en el campo de batalla.
Si algo ha tenido este grupo político es ser disruptivo. Desde que ganó las elecciones de el domingo 1 de julio ha sido un animal mediático. Poco a poco ha sabido colocar su imagen. Logró una transformación sistemática y efectiva. Y lo más sorprendente es que fue de manera paulatina. Muchos no nos dimos cuenta. Hasta que lo vemos en traje obscuro, camisa blanca y corbata roja.
Se viste ahora como estadista porque es fácil así. Marida perfecto con funcionarios de este gobierno, empresarios y visitantes del extranjeros. Caímos todos. De pronto Andrés Manuel López Obrador se sacudió la imagen de revoltoso y comunista y hoy luce carismático, bien portado y peinado.
El contraste es Ricardo Anaya. Acusado de robot, insensible y calculador. Abandonó sus redes sociales desde el 1 de julio para retomarlas cuando volvió a aparecer. Ignoró completamente a las personas que votaron por él y optó por desaparecer de forma drástica. No tocó sus cuentas de Twitter y Facebook por más de un mes. Lo que proyecta falta de respeto por sus audiencias y ambición calculadora.
Dos casos de político mexicanos muy constantes. Aquí me queda my claro que ahora más que nunca, forma es fondo.