El pasado fin de semana estuve preso a voluntad en un lugar repleto de rufianes, embusteros, psicópatas, asesinos, héroes, heroínas, espadachines, soldados, ladrones, prostitutas, santos, demonios, bellas mujeres y apuestos caballeros (algunos andantes, como Alonso Quijano), princesas, reyes, reinas, políticos, campesinos, dragones, duendes, gnomos, astronautas e incluso los más asombrosos extraterrestres que podamos imaginar.
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Todos, habitando dentro de las páginas de los libros y tan reales como nuestra propia imaginación lo es. Esto sigue ocurriendo, claro está, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la segunda en importancia en el ámbito mundial y la más grande en un venue cerrado en nuestro país.
¿A qué viene todo esto? Muy sencillo, se trata de un evento con decenas de miles de títulos literarios, en el que las casas editoriales más importantes del país y las más grandes en habla hispana, compiten por llamar la atención de los más de 600 mil visitantes que asistirán hasta el 2 de diciembre próximo. El punto se torna todavía más interesante si consideramos que son empresas que venden historias, las mismas compañías que pueden crear más historias para atraer a más gente hacia su stand (BTL). Y aunque una gran parte de sus visitantes vamos cual pepenadores de libros, hurgando entre los estantes con el afán de encontrar algún título que nos cautive, muchos más requieren ese empujoncito para no pasar de largo y entrar al stand a invertir sanamente su dinero en lugar de hacerlo en el stand de junto.
Así que, tras mi visita a Guadalajara, me di cuenta de todo el potencial que existe y no se ha explotado tan propiamente, no sólo para las casas editoriales, sino para compañías generadoras de contenido e incluso, compañías que ofrecen productos quizá de otra índole a un mercado tan amplio como el que acude a la Feria. Para darnos una mejor idea, La FIL ingresa más asistentes a su sede en una sola edición (9 días), que la mayor parte de los equipos de futbol, en sus dos torneos anuales (17 partidos). Esto, claro está, en un país con muy pocas librerías y “dizque pocos lectores”.
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