Cuenta la historia (inventada por mí) que una fría mañana de 1950 el dueño de una fábrica de zapatos, fánatico del equipo argentino Racing Club de Avellaneda, se robó la expresión futbolística “ponerse la camiseta” para explicarle a sus empleados la obligación de dar todo de sí mismos, como lo harían por su equipo si fueran jugadores.
El mensaje era claro y acertado para ese contexto. En aquellos tiempos, el empleo era visto como un sistema que garantizaba seguridad. Tener un sueldo pagado por una empresa era materia imprescindible para dar sustento a una familia. Mientras los trabajadores tuvieran la camiseta puesta y la sudaran, estos ingresos no peligrarían.
Aunque aún puede haber algún desorientado que piense que hoy todo sigue igual, desde entonces han pasado muchos campeonatos y esa camiseta se fue desgastando. El sueldo compite con muchas otras formas de proveer ese sustento, sea para mantener una familia de 10 o de 2 (una persona y un can). Muchos de los que mueven la economía mundial cada vez que sacan un Peso de su bolsa, se hicieron de ese dinero trabajando como freelancers o profesionales independientes, emprendiendo un negocio propio, invirtiendo en la bolsa de Japón los ahorros generados por empleos pasados o subiendo videos a Tik Tok. Para gran parte de la “fuerza laboral” (odio este concepto), trabajar en una empresa ya no es una meta, sino un simple safety net si todas las demás opciones fallan. Ahora la camiseta es de YO F.C.
¿Lo saben los empleadores? Sí. Actualmente, hasta la empresa más retrógrada tiene al menos una mosca zúmbandole ideas extrañas para hacer que sus empleados vean en su trabajo algo más que un sueldo. Todo departamento de RH que se precie de tal, al menos intenta ejecutar acciones que generen engagement – un concepto que se puso de moda en los últimos años y que intenta transmitir la necesidad de que los lazos empleado-empleador no se limiten a una relación comercial, sino que haya un sentimiento, una emoción involucrada.
Y entonces proliferaron los eventos de integración, los planes de motivación, las porras y las culturas organizacionales. Todas acciones pensadas para que la gente diga “trabajo aquí porque quiero, no porque debo”.
Si bien podemos agradecer que esto haya ocurrido, aún no es suficiente.
Según una encuesta de PWC a 2,000 trabajadores de tiempo completo, siete de cada diez considerarían una oferta para un trabajo que los haga sentirse más realizados y uno de cada tres estarían dispuestos a tomarlo por un sueldo menor.
Estamos viviendo en una nueva era en la que las personas empleadas esperan, más que nunca, que esas horas de vida que le “venden” a su empleador aporten algo a sus vidas. Eso no se logra simplemente generando engagement, haciendo que la empresa les caiga bien, sino haciendo que estar en ese lugar sea parte de su Realización como profesionales y como seres humanos.
Para no apanicarnos con una palabra tan importante como “Realización”, creo que la forma más simple de afrontarla es dividiéndola en cuatro temas fundamentales: utilidad, desarrollo, respeto e inspiración.
Cada una de estas palabritas más maleables, podría tener un espacio propio en esta columna (y quizás lo tengan en un futuro), pero intentaré resumir la idea para optimizar tu tiempo, querida/o lector/a.
Es momento de que las Organizaciones enfoquen todos sus esfuerzos a lograr que su gente:
– Se sienta útil al entender cómo generar valor a su Organización.
– Vea que se desarrolla al tener cada día más y/o mejores habilidades que cuando entró.
– Se sienta respetada por tener todo lo que necesita para desempeñar sus labores, incluyendo una recompensa acorde al valor que genera.
– Esté inspirada trabajando allí. Que le de orgullo aportar horas de vida a ese proyecto.
La Realización es, sin duda, un viaje personal (YO F.C.). Pero las Organizaciones que siembren un terreno fértil para que ésta suceda dentro sus “cuatro paredes” – nunca mejor encomillado que en este momento – estará haciendo una gran contribución al mundo y, by the way, logrará una relación simbiótica con su gente que generará resultados inimaginables.