En el mundo de los negocios y del marketing, se escucha popularmente hablando a las personas acerca de la calidad como un “valor agregado” indispensable para todas las compañías, pero hay otras personas más osadas que desafían esta postura y tienen claridad acerca de la calidad como un proceso inherente al producto, es decir, no es un valor agregado sino un requisito implícito.
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Así se constituyen entonces las destrucciones para del mito que profesa que la calidad es un valor agregado.
Sin embargo, la afirmación de que la calidad es indispensable en el desarrollo del producto tampoco es cierta, todo depende de la estrategia de marca que se quiera proyectar al mercado, obteniendo una excelente reputación y el mejor posicionamiento; por lo tanto la calidad no es transversal a la fabricación del producto, es el público el que está llamado a decir o manifestar que espera del producto, aunque suene irrisorio, pero es cierto.
Muchas empresas se encierran y se juegan toda su estrategia por posicionar un producto de excelente calidad, sin tener claridad si eso es lo que realmente espera el consumidor que además tiene las mismas necesidades desde hace 50 años, pero se comporta diferente, trabajamos ciber conectados, socializamos bajo otras características más exigentes que afectan de manera profunda la autoestima y la personalidad del consumidor, lo cual hace que hoy un producto le parezca fantástico, pero mañana desea otro porque se lo vio a su mejor amigo(a), etc.
En tal virtud y para citar un ejemplo, las personas no resisten más de tres meses con la misma ropa siempre le están echando cosas nuevas a su clóset, lo cual obliga a que las prendas sean desechables, porque más allá de su temporalidad establecida por la moda, la ropa ha tomado la misma forma en la que el consumidor de hoy, compra.
Teniendo en cuenta, que la calidad no está ligado a temas de estrato socio económico, debemos tener claro que a hoy 2015 la calidad está amarrada a un juego de comportamientos y egos, donde la gran mentira que los mercadólogos y empresarios se han creído es que la calidad y la perfección en la elaboración de un producto, es la base para su comercialización, cuando en muchas ocasiones este proceso no tiene relevancia para el consumidor, porque lo que busca es generar felicidad momentánea, pues luego desea volver a obtener felicidad al volver a comprar.
Y con este dilema, no quiero que se dé lugar a malas interpretaciones, aduciendo que la calidad ya no es importante para una organización, porque no es cierto, en el servicio, los procesos organizacionales y otros factores, la calidad debe ser fundamental; pero se trata de hacer una invitación a reflexionar, para hacer un paralelo sobre aquello que el consumidor realmente espera, lo que prometemos y cómo se comporta, para inyectarle al producto su mismo ADN; si el consumidor desea un producto espectacular pero desechable, entrégaselo sin temor a no cumplir con la gran mentira de la calidad.