Esta semana me he sentido profundamente agotada, notando cómo ciertos liderazgos infantilizan los procesos sociales y emiten juicios de valor sin la profundidad que demanda el conocimiento.
Siempre he procurado asumir una postura empática con los demás, dispuesta a comprender su perspectiva y su recorrido vital para encontrar puntos de convergencia. Sin embargo, he observado cómo los temas sociales terminan siendo trivializados o reemplazados por lo que algunos consideran tendencias. Esto nos arrastra a interminables discusiones que desgastan y desvían el enfoque.
Por ello, creo firmemente que las empresas deben asumir una postura política y ética frente a su narrativa y estrategia de relacionamiento social, una postura que no agote el discurso, sino que lo nutra desde el respeto y el entendimiento, sin caer en falsas atribuciones que derivan en greenwashing o diversity washing.
La narrativa y el discurso son esenciales, especialmente cuando están respaldados por posiciones políticas genuinas, abiertas a la reflexión y a la interpretación. No se puede adoptar una estrategia social solo porque es una moda; eso conduce a una falta de dirección y a liderazgos que perciben la equidad como una limitación.
Estas limitaciones imaginarias resultan contraproducentes para las organizaciones, ya que las privan de un verdadero compromiso que permita alcanzar objetivos significativos. Esto se evidencia aún más cuando quienes lideramos estas discusiones somos profundamente impactados por el discurso, y esas posturas políticas se materializan en la práctica.
Para aclarar, recurriré a mi propia experiencia: no es lo mismo ser una mujer negra, que desde el afrofeminismo aborda el trabajo social, que ser un hombre que ha vivido en el privilegio, con sesgos racistas que le impiden ver cómo sus actitudes infantilizan los procesos sociales. Estos liderazgos creen que los procesos solo son válidos si cuentan con el respaldo financiero de organismos internacionales, desconociendo así la lucha por la justicia social.
Con esto en mente, apelo a mi sentido empático e invito a las empresas a adoptar una postura clara en su estrategia de relacionamiento e intervención con sus públicos de valor. Debemos trascender la intuición y las decisiones meramente económicas, para apostar por una visión institucional integral, alejada de los simples indicadores y exigencias de entidades de control. Es necesario diseñar estrategias para un mundo donde no todos hemos tenido las mismas oportunidades ni el mismo espacio.
