La invitación hecha a Donald Trump por parte de Enrique Peña Nieto no tiene una justificación lógica por dondequiera que le busquemos (ni siquiera por poner la otra mejilla). Sin embargo, ante tal error, pudo haber una oportunidad de oro para reivindicarse magistralmente.
El caos ya se había creado. Una invitación que a la imagen de México le sentó como patada en el trasero y a Trump como anillo al dedo, se había confirmado por ambas partes, ante los atónicos ojos de México y del mundo entero. Trump se relamía los bigotes con un pase a gol que le urgía para ponerse arriba del marcador. Peña por su parte, preparaba el discurso que se convertiría en la charola de oro para el candidato estadounidense. Pero aún en ese momento, incluso minutos antes de la famosa rueda de prensa que ambos personajes sostendrían, hubo esa gran oportunidad que pudieron tomar los estrategas de Enrique para efectuar un cambio de juego y ejecutar una anotación épica.
Claro, no era fácil, una gran decisión arriesgada, como toda osadía, tenía sus magnos peligros. Consecuencias que podrían herir profundamente la relación diplomática. El riesgo de actuar ante un posible futuro presidente no sólo de nuestro país vecino, sino de la nación más poderosa del mundo y con la que se tienen las relaciones comerciales más importantes.
Pero, imaginemos por un momento que en un trance meramente patriótico y digno, los asesores presidenciales hubieran decidido dar en ese momento el urgente giro que requiere la imagen personal de Peña Nieto, con un discurso breve pero contundente y enérgico, y tirar a la basura ese discurso acaecido, más que tibio y cómplice de la imagen victimaria, asustadiza y sobajada que dio el presidente.
Supongamos que nuestro mandatario haya tenido un equipo de asesores realmente experto en comunicación y semiótica, y haya elaborado una creativa estrategia para contestar de manera terminante a las infamias del mediático candidato, aprovechando la grandísima ventaja que supone jugar de local. Es decir, en su casa y con su gente.
Que Enrique hubiera iniciado la conferencia de prensa con datos duros y concretos sobre la importancia de la relación comercial y social que tienen ambos países, que detallara lo que se ha construido con los últimos mandatarios norteamericanos y las ventajas que representa una candidata como Hilary, para después, ya subiendo de tono, aseverar firme y categóricamente que México no pagaría por el muro y que la persona “non grata” en cuestión, no volvería a pisar suelo mexicano. Y entonces concluir con una firme frase de despedida en inglés (bien practicado y pronunciado): Go home and bring the next clown! Mientras hubiese salido de la parte posterior del escenario, un payaso bien ataviado en su personaje, haciendo malabares y acompañado de música y luces de circo. Mientras el público sorprendido, ovacionara con ímpetu y los índices de popularidad de nuestro presidente se incrementaran considerablemente. Imagina, Enrique. Si yo hubiera…
¡Sueño guajiro… desahogado!