Hay una palabra que debe estar resonando mucho en nuestras cabezas últimamente: empatía. Todos queremos practicarla, pero ¿sabemos cómo?
En general, creemos que estamos siendo empáticos cuando nos ponemos en los zapatos de alguien más para entender lo que le está pasando. Pero, si nos remitimos al origen de la palabra, en realidad requiere un trabajo más profundo.
Empatía no proviene de entender, sino de “sentir lo que otro está sintiendo”. Por eso es un esfuerzo descomunal ser verdaderamente empáticos con otra persona, sobre todo si no es alguien cercano. Porque nadie quiere SENTIR algo malo que otro está sintiendo. Nadie quiere sentir la tristeza que siente quien está pasando por un mal momento económico, no está bien de salud o perdió a un ser querido. Los seres humanos lógicamente le escapamos a las emociones negativas, entonces ¡¿por qué habríamos de querer sentir cosas malas, más aún si son ajenas?!
La buena noticia es que no es algo que decidamos hacer. Nacemos siendo empáticos. Cuando una madre está mal, el bebé llora. Eso es empatía. No podemos evitar meternos en la piel de alguien al enterarnos o ver que está mal.
Esto no quita que haya gente más empática que otra, porque es un instinto que se puede seguir desarrollando durante nuestras vidas. Por eso hay quienes lo llevan a un compromiso mayor y lo convierten en solidaridad, de la reacción a la acción: ahora que me siento como tú, voy a ayudarte a salir de esto.
Con todo lo que está pasando, es un gran momento para que todos reflexionemos a qué nivel está nuestra empatía y nos pongamos a desarrollarla, para apoyar todo lo que podamos a quien está en problemas.
Algunas herramientas prácticas para ser empático en el día a día:
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Escuchemos. Cuando alguien nos cuente algo, prestemos atención a lo que explica o argumenta. No interrumpamos y hagámosle saber gestualmente que estamos escuchando. Demostremos interés preguntando detalles.
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Interpretemos las señales no verbales. Para entender lo que le pasa al otro es importante fijarse en sus gestos, entonación, volumen y tiempos de respuesta que complementan lo que dice.
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Mostremos comprensión. Ayudan frases como “entiendo cómo te sientes” o “comprendo que hicieras eso”. Por el contrario, no invalidemos, rechacemos o juzguemos las emociones de la otra persona, aunque no compartamos su opinión.
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Prestemos ayuda emocional. Si bien escuchar a la otra persona ya es un gran apoyo, es importante dejarle claro que cuenta con nosotros y estamos a su disposición.
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Actuemos. Una vez que hayamos hecho todo esto, seguramente ya tendremos claro de qué manera podemos ser útiles para ayudarle a solucionar o apaciguar su situación.
Este es el momento ideal para poner en práctica estas simples acciones con cualquier persona que no la esté pasando bien, sin importar si es familiar, amigo, vecino, compañero de trabajo, cliente, proveedor o desconocido. Demostrarle a otro ser humano que sentimos lo que siente (el famoso “lo siento”, pero verdadero) es lo mínimo que podemos hacer para aminorar su carga.