Yo entendí desde hace muchos años que era estar en el fondo del mar, navegar la incertidumbre de lo corporativo, aguantarse las ganas de orinar por estar presente en una junta directiva sin voz y sin voto, pero con una presión inmensa de hacer que las cosas funcionen. Esa presión, ese navegar en el ahogamiento, es entre muchas otras variables, la pobreza de tiempo, que sacude a las mujeres entre la vida profesional gestionando su capacidad de que todo esté en marcha y la vida “personal” que hoy no logra conciliar con la vertiginosidad de la realidad y el mundo digital.
Y hablo de las mujeres porque tradicionalmente somos nosotras quienes tenemos a cuestas el cuidado del hogar y su gerencia, terminamos en una batalla de triples jornadas para darle respuesta como nos lo han enseñado, todo bien hecho porque podemos con todo.
Pero no, no podemos con todo, adelantar una discusión al interior de las organizaciones sobre la conciliación entre la vida laboral y familiar, más allá de tener una tiquetera de bienestar que otorga un día libre al personal trabajador, como si se tratara de una cárcel sin rejas o como si estuvieran comprando nuestra libertad, es fundamental. Se trata de insertar en la agenda de liderazgo de las empresas una discusión importante frente al tiempo, la productividad y su conciliación, posibilitando verdaderas acciones que apunten al bienestar, porque finalmente hablar del tiempo, es hablar de la vida, que va sucediendo en frente nuestro.
Parece inapropiado, pero no lo es, porque el trabajo no se puede convertir en una segunda oportunidad de colonización de nuestros cuerpos y nuestras mentes, estamos llenas de notas mentales del trabajo, de la casa, de la vida social y eso agota.
Hablar de pobreza de tiempo es reconocer que el tráfico, el trabajo y las cargas de cuidado no remunerado, dejan poco tiempo para el ocio, el disfrute, la cultura y el descanso en sí mismo. Hoy parecemos robots, abarrotados en largas filas de carros o de gente intentando tomar el transporte, pegados del celular y resolviendo, todo el tiempo resolviendo y, pocas veces despejando la mente para darle lugar a la creatividad, a simplemente nadar, para no vivir en el fondo del mar, en ese lugar oscuro donde actuamos en automático.
Por eso, si desde las organizaciones impulsamos una agenda que tenga en el centro las personas, se adelantaran sin dudas, políticas que caminen hacia lograr una mejor conciliación entre la vida laboral y familiar, tendríamos empleados despejados que no resuelven como robots, si no que dan paso a la creatividad, a la innovación de los procesos y de las formas de hacer las cosas, incluso más descansados para que rindan más (desde esa visión productiva).
Urge, entonces, llevar esta agenda a nuestros equipos de trabajo, para movilizar otras visiones sobre valorar el tiempo entendiendo que las empresas no son la vida y no hay porque vivir en el fondo del mar, también podemos disfrutar de él.