Mucho se ha hablado últimamente sobre un impuesto para frenar la diabetes y la obesidad, centrándose en el consumo de refrescos.
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Primero entendamos cómo nos refrescamos en casa y cuánto corresponde a las bebidas carbonatadas. Un hogar promedio compra en un año mil 700 litros de 14 categorías de bebidas refrescantes. Tan sólo dos representan el 97% de nuestro consumo. El 78% es agua purificada (básicamente agua de garrafón) y el 19% son refrescos.
Estos últimos se consumieron en todos los hogares mexicanos en un año, por lo menos una vez. Se ha incrementado el consumo de refrescos en el último año, principalmente por las versiones regulares. Son los niveles socioeconómicos bajos quienes más incrementaron su consumo en regiones del norte y occidente del país. El norte del país es la zona que por lejos consume más refresco en el país.
El 65% de los refrescos que se compran son para el consumo familiar y seguramente en una sola ocasión de consumo, en tamaños grandes ( 2lts o más). Es una categoría que “dura poco” porque se le va el gas, entonces las familias procuran acabarse la botella en una sola sentada, por lo que seguramente llegan a tomar porciones mayores a las recomendadas.
Somos el país que más refrescos consume después de Estados Unidos y con mayor grado de obesidad, pero ambos son problemas que podemos empezar a tratar desde dos ejes: educación y desarrollo de productos adecuados.
Iniciativas como la actual, la de subir los impuestos a esta industria, la hemos escuchado muchas veces para varias industrias. Algunas se han implementado y en otras han quedado en el camino de la discusión. Por otro lado, recordemos que hace poco, desde las lechitas hasta las papas tuvieron algunos ajustes en cuanto a las porciones para que pudieran ser vendidas dentro de las escuelas o incluirse en el lunch. Hay que tener presente este benchmark que puede ser más factible de aplicar en la industria refresquera, primero, educando a los niños y papás en cuanto a las porciones que deben ingerirse en una dieta diaria de todo tipo de alimentos y luego poniendo a su alcance productos pensados en sus necesidades nutricionales, con tamaños adecuados.
El que las bebidas contengan el contenido apropiado de azúcar para los niños se ha ajustado en mercados como en el caso de los yoghurts, en los que se ha considerado la porción de carbohidratos para niños creando productos sanos y saludables.
Muchas empresas han ajustado sus productos para poder llegar a este segmento tan importante, cambiando empaques, tamaños y en algunos casos modificando las fórmulas o lanzando productos por etapas, sin necesidad de matar al producto.
Obviamente existe también el camino de productos light. Esta alternativa actualmente tiene muchas barreras para llegar a ciertos sectores como niños y jóvenes (de hecho, somos el país con menor aceptación de este concepto en Latinoamérica). Hay muchos mitos detrás del concepto en México y esto no ha permitido que logre desarrollarse como en el resto del mundo. Lo curioso es que la única diferencia entre estos productos y los tradicionales es que tienen una cantidad menor de grasa o de azúcar y México es de los países con mayores problemas de obesidad, por lo tanto, seguramente este tipo de productos debería ayudarnos pero no vemos un impacto real de esta línea de productos en los mercados nacionales.
Bueno, estamos en etapa de discusión de este impuesto a las refresqueras, pero seguramente la educación sobre una alimentación saludable debería ser el principal eje de acción del gobierno y la sociedad entera. El problema de obesidad en México es tan profundo que no se resolverá centrando acciones sólo en una categoría en particular.