Por: Paco Santamaría
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Twitter: @pacosantamaria
Soy un escéptico del amor aunque ya se me está quitando. Y es que está tan mal enfocado este sentimiento y manoseada la palabra que no se puede vender un producto que no se cree que existe.
Como siempre, los clientes me callaron la boca. Trabajamos con un pequeño restaurante de autor de no más de treinta comensales en Polanco: Hedonia. A los socios y clientes los vi muy animados para hacer una cena maridaje de San Valentín. Trabajaron mucho en la creatividad. Hasta poemas escribieron, generaron un menú que está sincronizado con poemas de sentimientos, desde el enamoramiento, hasta la pasión. Conduciendo al comensal por las entradas hasta el postre.
Como si no fuera poco, añadieron a la experiencia violín en vivo. Entonces tú, lo que tenías que hacer era comer una degustación de cinco tiempos y entre plato y plato leer a tu pareja un poema que esta alineado de acuerdo a cada plato, cada tiempo y cada momento de la relación.
Todo por un precio por persona bastante accesible, si consideras que el vino está incluido. El resultado: lo mejor que puede pasarle a quien emprende en un restaurante, mesas llenas, caras sonrientes y barrigas llenas.
El Twitter del lugar pleno de comentarios y muy vivo recitando poemas y documentando la noche. Yo, enamorado. Muchas veces subestimamos a los clientes, los tachamos de escépticos, los abrumamos y los bombardeamos con mensajes que ni siquiera desean escuchar. Quizá sólo quieren estar frente a alguien leyendo un sabroso poema y disfrutando de una cena en la intimidad. No más. El amor a la experiencia es de quien la genera. Y el cliente lo agradece con cariño.