Dinero… muchos podemos hablar sobre él, para algunos es la razón de “la felicidad”; para otros es una herramienta de poder para controlar determinadas situaciones o personas; y a otros tantos no les interesa pues va y viene.
De lo que sí estoy seguro es que es un tema sensible y de seriedad, que de no hablarse con claridad o de no ser transparente en el manejo de recursos puede traer consecuencias poco agradables, desde “pequeñas” como perder amistades, hasta ir a prisión…
Pero déjame contarte una anécdota de cómo en ocasiones las personas somos tan… “sensibles” hasta por cosas mínimas; por supuesto, hablando de dinero.
Los pininos
En una ocasión me tocó administrar un pequeño negocio, lo cual me puso un poco nervioso por miedo a fallar en las cuentas al entregar las ganancias, así que me ponía a repasar listas de precios para no regarla. Antes de entregar las ganancias de la semana, contaba y recontaba el dinero para evitar errores que seguramente me cobrarían.
Y así pasó el tiempo, todo en orden. No se suscitó ningún problema, o al menos ninguno grave por dinero.
Pasó el tiempo y dejé de administrar ese negocio, hasta que me contactaron nuevamente para tomar las riendas. Acepté, puesto que era algo que ya conocía, ¿qué cosa mala podía pasar?
Amamos la tradición
Una de las primeras acciones al regresar fue revisar qué y cuánta mercancía había para surtir lo prioritario. Una vez con almacén surtido se procedió a actualizar la lista de precios, puesto que eran los mismos desde hacía 3 años, ¡cuando yo llegué!
El resultado de la actualización fue desagradable para algunos clientes, específicamente con una mercancía fue mucha la molestia porque “¡cómo es posible que haya subido 2 pesos!”; por supuesto, se quejaron de que ahora todo estaba más caro; sin embargo, seguían comprando ahí.
Ante la queja de varios clientes, el jefazo me mandó llamar para hablar sobre esta situación. Por supuesto que le di razones argumentadas, incluso comparando el precio con la competencia, el cual estábamos ligeramente abajo aun con todo y aumento.
Las palabras que me dio después de mi explicación son palabras que mi cerebro no logra entender aún:
Sí, te entiendo, pero quiero que bajes de precio X mercancía porque… pues, ahora sí que por tradición, y los clientes nos ubican por esa mercancía a ese costo. Puedes subirle a X, Y o Z, pero a ese producto no porque hay varios reclamos.
¿Tenía alternativa? No, la indicación fue clara y directa. No importó la evidencia que mostré, ni mis explicaciones… ¡nada, no importó nada para impedir que la estupidez ganara! Después de dejar clara mi postura en desacuerdo, no me quedó de otra más que obedecer y regresar al antiguo precio en la mercancía más popular.
¿Qué podemos aprender?
- La necedad es más poderosa que toda razón argumentada.
- Aun los clientes quejumbrosos, con gran probabilidad, seguirán comprando.
- Hay personas con negocios que no entienden la ley de oferta y demanda, un principio básico para las ventas.
- Haces piel de rinoceronte, es decir, las quejas de los clientes son más difíciles de penetrar, siempre y cuando sepas que estás actuando de forma correcta.
- Debes conocer muy bien a tu competencia para saber cómo puedes competir contra ella: por precios, por servicio post venta, por promociones atractivas, etc.
- Saber cuándo retirarte. Ante la necedad es mejor dar las gracias que salir enemistado.
¡Por 2 míseros pesos la gente se volvía loca! ¿Quién se ha quedado pobre por 2 pesos? Y repito, los costos aún por debajo de la competencia…
De recordarlo ya hasta me estoy enojando, así que por el momento me despido, y por cierto, si a alguien le hace sentido esta anécdota, ¿me podría explicar con peras y manzanas el por qué fue una “buena idea” bajar los precios después de haberlos subido, a pesar de que los quejumbrosos seguían comprando ahí?
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