Por: Arturo Almaguer
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Twitter: @almaguermdo
Indiscutiblemente nuestra labor mercadológica se basa en lo que en latín se define como “quid pro quo” o en español “dar algo por algo; el proceso de intercambio propiamente es el que sirve entonces de base para las múltiples definiciones acuñadas de nuestra fascinante disciplina; sin embargo, en esta búsqueda de sentido más profundo en nuestro quehacer, encontramos la visión del Sergio Zyman quien propone, de manera realista, cruda y contundente, que mercadotecnia es “vender más, más seguido, a más gente, al precio más alto”; sin formalismos y de manera honesta nos dice que la “chamba” se trata, en primer término, de hacer dinero.
Mire, en esta lógica el objetivo de la mercadotecnia no es ganar premios ni reconocimientos del gremio o de hacer comunicación que todos celebren por ser “bonita”, “creativa” o “divertida” (esto, sabemos, se da por añadidura); se trata de que nuestros clientes empresarios obtengan el beneficio de la generación de utilidades a partir de la inversión que valientemente arriesgan por nuestras sugerencias.
De frente a un entorno cada vez más complicado en el que el poder adquisitivo del mercado está cada vez más mermado, el ingresar un peso, apoyado del esfuerzo de la mercadotecnia, a las arcas de las empresas en la figura económica de utilidades, más bien pareciera tener un lugar en el fantástico mundo de lo onírico que de lo tangible (ya lo dijo alguien en internet: “tengomiedo, tengomiedo”).
Seguramente todo esto ya es de su conocimiento pero me parece relevante replantearlo a la luz de su intelecto, estimado lector, en estos globalizados y continuos tiempos turbulentos.
En mucho, el resultado en el acercamiento a esta realidad lo determina la visión.
Es esa visión bien estructurada del objetivo de nuestro quehacer la que invita a que estemos atentos a los constantes cambios de nuestro entorno y de nuestra realidad y, que en analogía, se transforme en la luz guía de un faro en una larga noche de tormenta.
Hoy el compromiso profesional (más vigente que nunca) es hacer para nuestros clientes lo mismo o más, con menos; donde el insumo principal del que siempre hemos echado mano es la creatividad, en la que los presupuestos limitados son motores que impulsan la alentadora generación de ideas para seguir provocando el persuasivo reconocimiento de las marcas en la mente del consumidor a través de “improbables” puntos de contacto.
Es entonces que en esta loca dinámica “quid pro quoica”, el extenso abanico del BTL se vuelve estructura y apoyo fundamental en la generación de estrategias mercadológicas; lugar en el que nada está dicho y el reto del impacto real de las campañas se mide en el uno a uno, fértil terreno subsidiado solamente por las buenas ideas.
Hoy tenemos dos opciones de frente al “surimi” (citando al Bombón Asesino) económico: las mega olas siguen de frente rompiendo a diestra y siniestra, una primera opción es invocar el manto protector de “San Canaca” esperando que los impactos de las mismas sean lo menos catastrófico posible o tomar su tabla mental de surf y lanzarse contra estas retadoras olas para navegarlas vertiginosamente dentro de las oportunidades que toda crisis ofrece.
Este ha sido un buen año para el BTL.
Apreciable lector, las ideas han sido expuestas y la invitación a la reflexión o a que me lance su zapato queda sobre la mesa.
¡Sea feliz, se puede!