Pacto con el Diablo
Por Manuel Moreno Rebolledo
San Bernardo de Clairvaux, quien como monje impulsó la Orden del Císter y profesaba el milenarismo, dijo una frase que el tiempo transformó en coloquial, perdiendo de vista a su autor: “El infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Hace poco menos de dos años, la AMAPRO (Asociación Mexicana de Agencias de Promociones) y la ANTAD (Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales), se reunieron para dar a conocer a medios de comunicación el programa de certificación de agencias de promociones que tuvo (y tiene) por objeto lograr una mayor profesionalización en la industria de las promociones, a través de una auditoría que permitiera verificar el buen funcionamiento de las agencias (sic), asegurando los estándares de calidad en el servicio y el cumplimiento de todas y cada una de las obligaciones patronales.
Más tarde, en octubre de ese año, una nota de El Universal sintetizó de una manera más que elocuente las intenciones de ambas asociaciones: “para evitar que en el mercado existan agencias patito (AMAPRO) y una serie de malas prácticas laborales y de competencia desleal (ANTAD)”. PriceWaterHouseCoopers sería la firma encargada de “evaluar” el citado “buen funcionamiento”. En la misma nota, aparecían declaraciones del director de operaciones de la ANTAD, Ignacio Tatto, diciendo que “El gravísimo problema es el robo. De 100% de lo que se roba de las tiendas de la ANTAD, cerca de 7 mil millones de pesos al año, 40% es por personal interno y dentro de ese personal una parte son las promotoras”. Según esto ““y sin sacar su declaración de contexto, como aluden muchos políticos cuando se dan cuenta de lo que dijeron”“, 2,800 millones de pesos son robados entre el personal de las tiendas y las demostradoras (sin precisar a quien embarró más con su declaración) y 4,200 millones son robados por quienes van a comprar. Mi primera percepción fue que deberían tener una mucho mejor seguridad en sus instalaciones.
Pero no tuve más que desechar inmediatamente esa primera impresión, al menos en lo que se refiere a los 2,800 millones robados por personal y demostradoras (insisto, nadie sabe y nadie supo cuánto corresponde a cada cual), pues hasta el día de hoy, quienes han ido a un super a trabajar en una promoción y quienes hemos ido a supervisarla, sabemos que, tanto empleados como promotores, entramos por la puerta trasera, nos revisan hasta las anginas (qué decir de los bolsos de las mujeres ““y las mochilas/portafolios de los hombres”“ que prácticamente los voltean y de todos modos se tienen que quedar en custodia), nos marcan las cámaras (en caso de que necesitemos tomar fotos para nuestros clientes) con pintura que no se quita, nos revisan y manosean peor que en el Metro en hora pico y nos tratan de una manera que difícilmente calificaría como “amable”.
Y lo peor es que, a casi dos años del programa de marras, la ANTAD sigue sin dar nada a cambio; simplemente, se remite a dejar trabajar a los ya certificados, lo cual en realidad, no representa ganancia alguna ni para las agencias de promoción (hablo de todas ““porque varias no afiliadas siguen trabajando afortunadamente en puntos de venta”“, y no sólo las afiliadas a AMAPRO), ni para las marcas que promueven.
¿Cuántas veces no encontramos a nuestras promotoras o demostradoras rebanando jamón o despachando carnes frías que ni siquiera conocemos, porque al encargado de salchichonería ““en un alarde de prepotencia”“, se le ocurrió que la demo dejara lo que estuviera haciendo porque dos de sus empleadas de esa área se habían ido a comer?
¿O cuántas veces no encontramos a nuestras demos sentadas, sin hacer nada, porque al encargado del área dentro de la tienda no se le ha pegado la gana “liberar el producto” de la bodega?
¿Cuántas veces no hemos tenido que hacer un montaje en un centro comercial o en una tienda departamental y nos dan una hora de entrada que nadie respeta?
Está bien que la ANTAD exija una mejor preparación de las agencias y de las demostradoras que trabajan para ellos pero ¿las tiendas se van a comprometer a capacitar y a educar (por educar entiendo, de entrada, buenos modales) a su personal para que respeten el trabajo de las agencias? ¿Quién, a final de cuentas, necesita más de quién? ¿No debiera ser acaso un acuerdo de pares? ¿No se da cuenta la ANTAD que sin una promoción más creativa y menos restrictiva de las marcas y productos que están en tienda va a tener menos movilidad y va a terminar perdiendo?
Pero con todo esto, el pacto se vuelve obvio: la AMAPRO vende su alma porque la agencia que no esté afiliada (con sus 10 mil pesos de inscripción y sus 4 mil pesos mensuales de membresía por delante), no tiene derecho a la certificación y, por ende, no tiene oportunidad de entrar a ninguna tienda a realizar su trabajo; y el precio que tiene que pagar es que la ANTAD siga tratando a las agencias como le venga en gana (o peor).
¿Y qué va a pasar con las agencias que se vayan a crear si en los requisitos de afiliación exigen un mínimo de dos años de operación? ¿Y cómo operar si en los requisitos de certificación es necesario ser miembro de la AMAPRO y no se podría teóricamente entrar a tiendas sin esa certificación? ¡Vaya trampa! El círculo se cierra evitando la proliferación de agencias (ergo, competencia), aunque sean tan buenas como las mejores. Eso, de entrada, ya constituye una práctica oligopólica en sí y monopólica por sí, entendido el monopolio también como el ejercicio exclusivo de una actividad y cuya práctica está prohibida de acuerdo con el artículo 28 constitucional y el 2º de la Ley Federal de Competencia Económica.
Si satanás pudiera amar, decía Santa Teresa de Jesús, dejaría de ser malvado.
P.S. Los invito a leer la columna Didascalia cada mes en la revista Merca 2.0.
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