Carta a Santa
Por Manuel Moreno Rebolledo
Aunque fue la imaginación de Clement Clarke Moore, que a través del poema “A Visit from St. Nicholas” publicado en el diario neoyorquino Troy Sentinel el 23 de diciembre de 1823, la que nos hizo el primer esbozo del gordo de barba blanca que volaba, ya no jalado por un caballo volador (como lo definió en 1809 Washington Irving), sino por renos y que bajaba por la chimenea con un saco lleno de juguetes; fue hasta 1930 que, pagado por Coca Cola, el pintor de origen sueco (pero residente de Chicago) Habdom Sundblom, hizo el último giro en el icono de San Nicolás, Papá Noel, SinterKlaas o Santa Claus, que conocemos universalmente hasta nuestros días, redefiniendo el color del vestuario (rojo y blanco, como los colores de Coca Cola; hasta esa fecha no había precisión de cómo dibujarlo), y volviéndolo humano y no elfo como lo había descrito Moore.
Santa Claus estrenó pues, su nueva imagen, en la campaña de Coca Cola de 1931 y Sundblom siguió haciendo sus muy pequeñas modificaciones en los años subsecuentes y que la refresquera reprodujo en todas sus campañas hasta 1966, cuando ya se había incluido él mismo como el personaje, y sus hijos ““y luego sus nietos”“, eran los niños que aparecían como modelos rodeando a Santa Claus.
Más allá de los orígenes de San Nicolás (que de acuerdo con el santoral vaticano datan del siglo IV en Turquía) y de todos los nombres que ha adoptado, la tradición que ha perdurado, al menos en los tres últimos siglos, es escribirle una carta al personaje con el propósito de obtener de éste los obsequios a los que nos creemos merecedores por un año de buena conducta, quienes pensamos que la infancia nomás no termina cuando se trata de recibir regalos.
Por eso y ya instalado en el Grinch que nos caracteriza a quienes nunca hemos sido clientes del gordo porque nunca nos ha cumplido, me permito hacer públicas unas cuantas peticiones (no voy a ponerme exigente pidiéndole el fin de la inseguridad, ni que la crisis cobre el menor número de víctimas posible, ni que AMLO finalmente se convenza de la necesidad de ir al siquiatra, ni que los diputados y senadores hagan de su profesión un trabajo digno, ni que el PRI pierda en 2009 y 2012 (otros 70 años no los aguanta nadie), ni que nos vuelva a gobernar otro vaticanamente declarado loco como el que nos gobernó el sexenio anterior; no, para qué le pido algo que seguro no me cumple, prefiero pedirle cosas mucho más frívolas y terrenales para que, de efectuarlas, me convenza):
Que el personal de la tarjeta IAVE que aceptó la publicidad que difunden tenga el valor civil de renunciar: Ni los cerebros más evolucionados podrían entender porqué quienes no hacen fila en las casetas de peaje pueden ver un (¡¿?!) dragón.
Que en una época que supondría otro tipo de mensajes, se castigue con la indiferencia permanente a Wal Mart y Soriana, por haber emprendido una campaña tontamente agresiva de precios, descuentos y recompensas, sin beneficio real para nadie.
Que editen el comercial de Medicasp para que con la respuesta final de la doctora (¿?), no hagan parecer mensos a los médicos (¿qué necesidad?).
Que por favor cambien el mensaje y al poco agraciado modelo/locutor de la campaña del shampoo EGO, pues parecería que si uno lo usa o queda con retraso mental o se vuelve misógino (¡Ups! perdón por el pleonasmo voluntario).
Que como consecuencia de lo anterior, de una vez por todas le quiten la cuenta de Palacio de Hierro a Terán, pues no ha habido frase que provoque más misoginia (ni modo, aquí sí justificada) que “Lo que Quiero es que sepas lo que Quiero”, haciendo de las consumidoras de esta tienda que fueron movidas por el anuncio, el espécimen con más bajo nivel de sinapsis en toda la escala evolutiva.
Que haya una penalización severa cada vez que haya promociones tan poco creativas y sin idea de cómo impactar a un consumidor, como la que hacen en punto de venta el 99% de las empresas que lanzan alimentos nuevos con demos que parecen más estar dormidas que despiertas.
Que las agencias de relaciones públicas envíen boletines bien redactados y sin errores ortográficos (no saben la cantidad de medios que se han quejado de esto).
Que el product placement que hace Ligeri en la telenovela “Mañana es para Siempre” sea menos evidente (que alguien le explique a la agencia la regla de “a mayor discreción mejor impacto” que tienen en Hollywood o qué, ¿no lo sabían? ¿no saben que eso irrita al televidente?).
Ya instalados en la farándula, que por favor a los escritores de telenovelas se les reduzca drásticamente el sueldo por capítulo, hasta que escriban algo inteligente.
Que a los comentaristas de espectáculos se les retire el título (a los 5 o 6 que lo tengan), de periodistas. La información no debe confundirse con el chisme.
Que por favor Emilio ya corte a los Galindo. No sólo sacrifican nuestra vista y oído hebdomadariamente con la fútil presencia de Adal Ramones, sino que además, gracias a ellos, el domingo será declarado el día semanal de la estupidez hertziana.
Que TV Azteca ya no sea la versión “Marca Libre” o “Región 4″ de Televisa (¿será que tienen que cambiar de dueño?).
En fin, que podría seguir indefinidamente pero aquí me detengo, más por falta de espacio que por peticiones; pero les invito, queridos lectores, a que de así quererlo pongan ustedes sus peticiones en los comentarios a esta columna. A lo mejor, con algo de suerte y por echarle montón, el gordo nos cumple algunas.
Por ahora, mi mayor petición es que todos ustedes, queridos lectores, tengan una muy feliz navidad y un año nuevo lleno de mucho bienestar. Nos leemos en 2009.