Claro que No se Olvida. (3 de 3)
Por Manuel Moreno Rebolledo*
Decía Pablo Neruda que él siempre guardaba juguetes en su casa porque el niño que no juega no es niño y el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta.
Se suponía que no podíamos llevar juguetes a la escuela, al menos los que podrían ser muy visibles. Pero como nadie nos revisaba las mochilas o las “loncheras” ni mucho menos las bolsas de los pantalones, respeto a la privacidad que ahora agradezco, podíamos llevar canicas, carritos o nuestro Yo-Yo Duncan o Majestic (el normal, porque el “mariposa” sí parecía arma mortal cuando la piola se rompía). Con ellos en el recreo, organizábamos las suertes más extraordinarias, dignas de un verdadero campeón: “Paseando al Perrito”, “El Columpio” o “La Cueva del Oso”.
Esa mañana de jueves, me estaba cayendo de sueño y en más de una ocasión, cuando el maestro Vicente, de quinto año, nos estaba dictando, sentí que la cabeza me pesaba y los ojos se me cerraban. Antes de que llamaran al recreo, el maestro me llamó a su escritorio justo cuando llegaba también la maestra Socorro, de segundo.
““¿Qué te pasa? ¿Normalmente no te estás durmiendo en clase?. ““¿Qué pasa?, preguntó la maestra Socorro. ““Nada, respondí. ““Es que me quedé oyendo el radio desde la madrugada y ya no pude dormir, les dije. Y luego, como a las cinco de la mañana llegaron los tres muchachos que viven en mi casa y que fueron al mitin de ayer, que gente del ejército los golpeó, les quito la ropa y los subieron a un camión para llevárselos. Beto nos dijo que no sabe qué mano de Dios le quitó el candado al camión y que se bajaron cuando ya los llevaban quién sabe a dónde. ““Está bien m’ijo, me dijo la maestra Socorro. Mejor no salgas hoy al recreo y quédate en el salón a dormir. ¿No quieres que mejor le hable a tu mami para que venga por ti? ““No maestra. Prefiero dormirme un rato, respondí.
En mi casa, desde que yo me acuerdo, siempre se recibieron dos periódicos: Novedades, que era el favorito de mi papá y Excélsior, que mi mamá leía línea por línea, sobre todo la primera sección. Más por curiosidad que por interés, yo siempre leía (o veía) el Excélsior para saber por qué mi mamá lo leía tan ávidamente. Desde el mes de julio de ese año, parecía como que los dos hablaban de cosas diferentes aunque se tratara de los mismos hechos. Desde hacía meses, Novedades tenía un anuncio muy grande, promoviendo departamentos en venta en la Unidad Nonoalco-Tlatelolco ““”para familias pequeñas, como la suya””“, decía el anuncio. Excélsior ya no lo traía. Esa mañana, el No-Verdades (ya le decíamos así en la casa sin que se enterara mi papá), decía que fueron los líderes estudiantiles quienes le dispararon al ejército y que los muertos podrían llegar a 20 en total, entre los que habían varios soldados. Por su parte, Excélsior, más cauto, decía que no se sabía quiénes habían empezado, aunque la versión oficial decía que los disparos se habían generado desde donde estaban los líderes.
Los columnistas de Novedades, de plano sumaron a los adjetivos de “comunistas”, “ingratos ante la bonhomía presidencial” y “vendepatrias” que ya venían diciendo, los de “ahora asesinos” y “traidores” y algunos hasta festejaban que el Presidente hubiera encarcelado a “varios” actuando con “mano dura”. Los de Excélsior, decían que había que investigar a fondo, que hechos así no podían suceder en el país, que por qué no cupo la prudencia (¿la de la píldora?, me preguntaba puerilmente).
El asunto es que también la televisión y el radio decían lo mismo que el Novedades. ¿A quién le iba a creer? A lo que me decía la tele, el radio y el gobierno, el Novedades y mi papá, y algunos de mis amigos de la escuela (que oían lo que les decían sus papás); o a mi mamá y su Excelsior. Mi mamá no hubiera sido capaz de mentirme, así que opté por creerle a ella.
““Pero es que están equivocados, decía mi padre. ““¿Qué no ves cómo llegaron los muchachos? Decía mi madre. Alberto no puede todavía ni abrir el ojo que casi le sacan estos infelices. Miguel llegó con las costillas rotas por los culatazos y Toño todo ensangrentado de la cara. ¡Tú los viste igual que yo, no te estoy inventando nada! ““Pero eso se ganan por andar atacando al ejército. Sabían que con ellos no debían de haberse metido, replicaba mi padre. ““¡Qué atacar ni qué ocho cuartos! ¿Qué no estás oyendo que había gente con guantes y pañuelos blancos que son los que estaban disparando? ¿Y que nadie de ellos los conocía?
Esa versión, la que en un principio originó Excelsior, fue alimentada al paso de los días por mi madre, mi hermano, los amigos de mi hermano, los muchachos que vivían en la casa, los amigos de éstos, otro tío ““que en sus talleres imprimía la revista Por Qué? y que llegaron agentes judiciales a recoger todo, despedazar la imprenta y luego cerrarla”“, y más gente cada vez. Hasta por mi padre que oía pláticas de “gente influyente” que se daba cita en el restaurante donde trabajaba y que finalmente se convenció de que todo había sido originado por y desde el gobierno.
Mientras todo eso sucedía, al paso de los días yo francamente ya me estaba cansando de hacer tantas tareas, dibujos, maquetas y composiciones que nos dejaban en la escuela, para celebrar la llegada a México de los Juegos Olímpicos de 1968.
Decía mi madre que lo que empieza en cólera acaba en vergí¼enza.
*e-mail: mmoreno@grapho-imc.com