Estamos muy acostumbrarnos a tener que no equivocarnos. Ese sería un escenario ideal en que ni siquiera tendríamos que esforzarnos por resolver problemas, dado que nunca nos equivocamos la solución que venga a nosotros será la correcta. El problema es que no somos así, somos seres finitos y limitados que necesitamos equivocarnos para aprender lo que no se hace y eventualmente llegar a lo que sí.
Aprender a equivocarse no significa equivocarse más seguido, significa equivocarse mejor. Es cometer los errores correctos, en los momentos correctos y en el contexto correcto, de modo tal que ese error no tenga un efecto negativo mayor y nos enseñe cómo mejorar lo que estamos haciendo. Es decir, hay que equivocarse bien.
Esta parte de la mentalidad innovadora es quizá la más complicada. A ninguno nos gusta equivocarnos y hasta no que estemos en esta mentalidad nos puede resultar difícil de aceptar y de aprovechar. Muy común es que una solución se lance y el dueño busque defenderla hasta la muerte, en lugar de reconocer sus oportunidades de mejorar y trabajar en mejorarlas.
Para llegar a esta mentalidad hay que abrazar que el fracaso es quien enseña el éxito.
Hay usualmente un obstáculo relevante que evitar: los errores suelen ser costosos. Para esto hay que aprender a prototipar, a probar soluciones parciales que incluyen los conceptos más importantes de lo que queremos lograr y construir un ambiente en que podamos probar la solución y entender qué está funcionando y qué no, poder recoger la retroalimentación suficiente para corregir y volver a probar. Esto en un ambiente controlado, sin inversiones importantes y sin riesgos relevantes incluidos. La cultura del prototipo es básica para poder innovar porque es la única forma de saber si algo nuevo va a funcionar sin correr los riesgos de hacerlo en gran escala o de construir toda una solución sin saber si va a funcionar.
Es decir, parte de equivocarse bien está en construir el contexto en que nos vamos a equivocar y tener el error bajo control y observación. Aprender y volver a intentar. Esto nos puede llevar a detallar una solución tan bien como nos puede llevar a transformarla o desecharla y buscar otra. Pero si no probamos, nunca vamos a saber si estamos haciendo lo correcto.
Esto nos lleva a un último punto sobre la innovación. Uno no puede estar equivocándose de manera constante en todo lo que hacer, de modo que difícilmente una organización podría darse el lujo de hacerlo por lo que hay que apreciar la parte operativa y repetible de las organizaciones. La parte no innovadora es tan valiosa como la innovadora, simplemente aportan valor de un modo distinto, y para poder innovar correctamente hay que aprender a apreciar las cosas que funcionan y las soluciones existentes, el proceso que llevó a tenerlas y los procesos que podrían llevar a reinventarlas y hacerlas mejores. Entendiendo qué hay y qué se puede mejorar es que podemos detectar oportunidades de innovar que nos lleven a pensar distinto, desde varias perspectivas y encontrar ese problema del cual enamorarnos para atacarlo en equipo y medir si nuestra solución novedosa realmente es mejor que lo que ya se tiene y poder así cambiar el contexto en que las cosas suceden.
¿Tú te atreves a equivocarte? ¿Aprovechas un buen error? ¿Acostumbras probar antes de lanzar?