Albur y groserías en la publicidad

Arturo González, columnista InformaBTL

En la publicidad es común encontrar como eje rector el uso de recursos como el humor, pues la comicidad es un factor que puede enlazar atributos de forma directa e indirecta, es como un sistema de lectura de capas, aunándole acción y cierto placer.  

Con el fin de salir de los lugares comunes, en publicidad tendemos a ir de los estereotipos cotidianos a los que resultan sorpresivos por sus características de patrones aspiraciones ocultos, así como por insights de singularidad y teatralidad.

En las últimas décadas hemos visto como ha ido en ascenso la proliferación de lenguajes y códigos que en el pasado estaban censurados en los mensajes publicitarios. Dicha prohibición tanto social como legal, no se circunscribía meramente a los planos institucionales y comerciales, los ambientes de la salud, seguridad, organizaciones civiles y hasta educación se han insertado en la tendencia.

Campañas como la de Coca-Cola “ChingON y ChingOFF” demuestran el cambio dramático, pues la empresa de bebidas no se ha manejado bajo términos similares en el pasado, sin embargo, bajo la ola y tendencia, terminó cayendo en las redes de las groserías como link entre sus audiencias. 

Antes de que me tilde de mojigato, le comento que no estoy sancionando la campaña, estoy subrayando que incluso las empresas que no manejan tal línea comunicacional, caen la dinámica de las malas palabras, aunque esto representen salirse de sus parámetros y guión.

El ilustre Octavio Paz en su ensayo “Los hijos de la Malinche”, expresa la relación tóxico-amorosa que los mexicanos le profesamos al verbo “chingar”, en su anotaciones, Paz me revela el motivo por el cual sólo era cuestión de tiempo para que la publicidad se viera aderezada por palabras groseras, pues en el texto describe la importancia de los contextos, tonos y significados regionales. 

Por tanto, lo que ha sucedido es que hemos sacado partido de las malas palabras sin buscar la intensión de dañar, sino de conectar, aunque para ello olvidemos que existen restricciones idiomáticas según el segmento poblacional. Por ejemplo, en el pasado existían limitantes muy enfáticas en el uso de la palabra “wey” en los programas de radio y televisión, bajo ciertos horarios y formatos, se podía incurrir en sanciones para los medios y conductores.

Son varias las razones por las que se emplean este tipo de recursos, pues además de las malas palabras, se usa el albur o doble sentido y las situaciones relacionadas con el sexo. Le comparto 3 puntos como reflexiones con las cuales pretendo redondear el tema:

  • En la política Latinoamérica se han empleado las malas palabras tanto en la campaña como en los discursos, la necesidad de personajes más reales, relajó el código de conducta política ante  los votantes.
  • En una época donde el neonacionalismo juega un papel importante, las groserías son un detonante efusivo que llega a expresar la pasión que se siente por el país, sus costumbres y actos identitarios (Trump y AMLO son los representantes del nuevo nacionalismo, según Jesús Ortega, fundador del PRD).
  • Cuando se ha dicho tanto, de infinitas formas y por mecanismos tan variados, se buscan rupturas. Quizás estamos ante una transición que nos habla de la edificaciones de mensajes básicos y silvestres por ser mayormente inclusivos que aquellos que resultan más “sofisticados”. Es meramente una transición que reta a la creatividad o una conducta necesaria para mostrar a la publicidad tal cual somos en lo cotidiano.
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