Hace unos meses discutí con un colega editor porque me citaron en el mismo artículo que a una influencer de IG, y yo sentí que eso rebajaba mi talante periodístico. La respuesta fue: “Ella tiene 100 mil seguidores y tú no“. Plop.
Amén de anular mis 30 años de trayectoria, mis estudios y acreditaciones en el mismísimo Parlamento del Reino Unido con ese comentario, la decepción fue que se trataba de un periodista que solo sabe hacer eso: periodismo, un oficio que está muriendo a merced de las redes sociales, entre otras cosas, porque muchos influencers se consideran periodistas cuando no lo son.
¿Quién es el amateur?
Si bien el amateurismo ha cambiado con las redes –pues ya no se necesita “llegar” a un medio tradicional para tener una voz, opinar sobre un suceso y compartir contenido interesante, relevante o entretenido– aún existe la frontera entre los periodistas y los creadores de contenido. Los primeros no saben producir videos y los segundos no saben comunicar.
No se es periodista por colaborar en un medio de vez en cuando, como tampoco se es líder de opinión por tener miles de seguidores; para definirlo hace falta establecer algo: credibilidad.
El KOL actual
Un KOL (Key Opinion Leader) de las redes debe su credibilidad al impacto de su contenido en su área de de experiencia; por ejemplo: un médico, un sanador espiritual o un ilustrador que aporta una especialidad que se respalda; esto es de acuerdo con Net Influencer UK.
Si se trata de un creador de contenido exitoso que entretiene, hace memes, pone frases motivadoras, fotos hermosas o simplemente es guapo o carismático, también es un KOL.
Pero si el influencer es famoso por su contenido y además su carisma, como en su momento fue el caso de Yuya o el propio Chumel Torres, hablamos de un KOL en un millón.
Estrellas de cartón
El que los medios se apoyen en ellos para obtener relevancia entre los jóvenes resulta acertado y revitalizante, pero sólo funciona cuando se trata de KOL de impacto: influencers cuyo diferencial y alcance es tan extraordinario y notable como el de un medio o personaje tradicional.
El “it factor” que define a las estrellas de redes es el mismo garbanzo de a libra que ha habido en la tele o en el cine. Muy distinto es ser un influencer de tantos en el océano y que le den tratamiento de líder de opinión, de periodista o estrella; eso es darnos un balazo en el pie a quienes sí lo somos y costó demostrarlo.
Debemos tener claro en que, no por ser influencer un creador de contenido ya es un mesías, eso es adorar al becerro de oro. Para saber si funciona, primero debemos hacer un análisis de métricas, pero lo más importante es si su personalidad, contenido y audiencia se alienan al de mi medio o mi producto.
Si vemos a un potencial periodista, líder de opinión o estrella en las redes, invitémoslo o invirtamos en él, pero no limosneemos seguidores que no son nuestros, no legitimemos amateurismo sin soporte o sustancia y no seamos nosotros los amateurs del ecosistema digital.
Por supuesto que podemos coexistir y trabajar juntos sin darnos un balazo en el pie bajo el ignorante precepto de: “Es de que tiene muchos fologüers”; pero tampoco olvidemos que, al final, los personajes más populares de las redes sociales son aquellos que provienen precisamente… de los medios tradicionales. Plop.
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