Pensar que cada quien recibe lo que merece y que hablar de igualdad es promover la idea de que cada persona reciba el fruto de su trabajo, es sin duda alguna, una equivocación; hace poco, en mi clase de transformaciones culturales, el docente sugirió que la igualdad es reconocer que no todos tienen lo mismo y que cada quien debe recibir lo que merece y esto provoco en mí, una reflexión acerca de la palabra merecimiento porque no es ahí donde los actores de la sociedad: Estado, empresas, comunidad y familias deben poner la mirada.
Esta discusión debe estar mediada por la promoción de la justicia como la posibilidad de transformar el contexto para que todos, todas, todes, tengamos acceso a la garantía de derechos y las mismas posibilidades para llevar una vida plena y en bienestar; en tanto, está visión que les propongo recoge el entendimiento de que nuestros entornos están mediados por unas realidades sociopolíticas, económicas e interculturales que no han posibilitado que las personas tengan las mismas condiciones, y en América Latina particularmente hemos estado atravesados por entornos altamente violentos que han condicionado la historicidad de las personas.
Entonces, esto implica llevar la discusión al plano corporativo, porque no es posible pensarse desde las empresas que debemos promover la igualdad para que las personas o los grupos de interés reciban lo que merecen, porque el merecer no nos dice nada, en clave de la justicia social.
Esto implica que las organizaciones hagan un análisis más profundo de su accionar social, pensando estrategias para sus grupos de interés desde la utilidad hacia arriba, para agregar valor en función del contexto que le atraviesa, pero también desde una profunda empatía para reconocer que no todos somos iguales, y aunque esto suena impopular, en la práctica es claro que no todas las personas somos iguales, que nos atraviesan condiciones que son determinantes.
La afirmación anterior, puede sonar extraña viniendo de una mujer como yo, que viene de un sector empobrecido de Medellín, Colombia y que le atraviesa una condición étnico racial; pero es que estamos en el momento de reconocernos, de poner en el centro y en evidencia que no todos somos iguales y que por eso es necesario incorporar la justicia social en todas las decisiones corporativas, individuales y colectivas que tomemos, para seguir caminando hacia entornos menos violentos y discriminatorios que reconozcan la otredad y que no la anulen e invisibilicen.
Así, la invitación es que desde la orilla corporativa hagamos verdaderas transformaciones en clave de entender que las personas no reciben lo que merecen, se construyen entornos justos para que cada vez más, las personas tengamos las condiciones para acceder en igualdad a la garantía de derechos y vivir una vida plena, sin importar qué tan diferentes somos.