La medición de la aceptación social es un tema ligado a la existencia del hombre como especie grupal. La evolución ha migrado los métodos pero ha permitido la permanencia de la evaluación, pues además de ser una clase práctica de la teoría darwiniana, es la única forma que conocemos para saber si estamos haciendo las cosas bien, claro, más allá de la perspectiva propia.
Lo que ha sucedido en las últimas décadas con la aparición de las redes sociales virtuales, es un incremento desmedido por la demanda de validación. Con los dedos cogidos en la puerta al abrirse el nuevo siglo, nos presentó la posibilidad de perder la privacidad a cambio de la integración comunal. Bajo los destellos de la desinhibición, lo que quedó de manifiesto son las ansias frenéticas por la búsqueda de impactar por medio de la existencia, buscando en cada momento el aplauso, el like, el comentario y la gratificación.
No se en qué momento las habilidades y destrezas sociales pasaron del contacto, el cortejo, la negociación, a situaciones como la encuesta, la aprobación o el rechazo, la ponderación por medio de calificaciones. En el pasado si te gustaba una chava, la aprobación radicaba en leer su lenguaje corporal, traducir sus conversaciones y de nuevo leer entrelineas, se trataba de ir descubriendo la personalidad de la niña, para encontrar puntos de intersección.
El problema actual radica en que somos libros abiertos (algunos leídos, otros pasados de largo), la exposición de los gustos, actividades y posturas ideológicas, nos han convertido en una especie aburrida, monótona y hasta ridícula. Tal vez por esos adjetivos es que surge la imperiosa necesidad de gustar, agradar y de conseguir la aprobación, incluso aunque se ponga la integridad en juego.
Los mercas siempre hemos trabajo con los conceptos del título, lo hacemos para medir la factibilidad de proyectos y campañas, lo desarrollamos para comprender al segmento y para darles la cucharada de chocolate que nos piden. Sin embargo, en medio de la ola de validación, algunas empresas y marcas no han dimensionado la dinámica. Sí, ese ejercicio que se basa en matizar la interacción con el aderezo de nuestros días: “tenga buen hombre, aquí tiene su like”.
Como sociedad, la aprobación ha impactado en temas mayores. Por ejemplo la percepción pública se ha mudado a las redes compartiendo el poder con los medios y los líderes de opinión. Los Gobiernos además de atender a las encomiendas propias de las labores, ahora destinan gran parte de sus recursos y presupuestos, en medir la aceptación ciudadana. Cabe precisar que la validación en el sector turístico es una de las más activas, hoteles y restaurantes son uno de los mejores ejemplos para reconocer que tanto encuestas como niveles de clientes y las propinas de los mismos, son un dato sustancial para percatarse de la valoración que posee su oferta.
Semanas atrás empleé por primera vez la herramienta de “encuesta” de Instagram, ya había pasado el encuentro en Facebook y Twitter, tuve un déjà-vu y recordé el potencial de emplear estos instrumentos en pro de comprender aun más a los consumidores. Sin embargo, también caí en la cuenta de que la tendencia continuará por esta tónica que nos invita a generar contenidos en donde las audiencias se sientan involucradas, apreciadas y por tanto integradas.
Cierro con el ejemplo de Uber, el cual es el culpable de mis noches de insomnio, pues hace unos días mi calificación descendió unas décimas, recordándome que ya existe un antídoto para la ferocidad de los clientes, se llama valoración. Sirve para decirle a los consumidores que el dinero no lo es todo, que llegó la era en que las siglas NRDA (nos reservamos el derecho de admisión) se pone en marcha. La lección es tener cambio, platicarle al chofer y esperar que la vida nos ponga en el camino un conductor con el que hagamos click.
¡Calificación perfecta, voy por ti! (perdón, quería cerrar con uno de esos estados que corresponden al tema).