Hoy en día, todo lo que se escribe es “en contra de” o en “defensa de”; pero he de reconocer que pensé en escribir esta crónica como una “defensa de los shoppers”, porque somos legión.
Nadie soporta que lo venzan en las compras, es la única batalla que uno de los de mi especie no se puede permitir perder; es como una carrera de resistencia. Por eso soy una shopper, no una consumidora. La diferencia está en cómo disfruto la compra, pese a que cada vez que voy a comprar algo me siento invadida por las marcas que de un mismo producto se ofertan: soy feliz contemplando el paisaje de sus logos y la forma de sus empaques perfectamente ordenados. Siento cómo se revelan ante mí esas etiquetas en una cortina armónica que me evade y me lleva a otro nivel de consciencia, el de mi bolsillo. También acepto que esto me produce un poco de ansiedad. Y es verdad: somos lo que compramos; un carrito de súper lleno de ansiedades, de impulsos de compra. ¡Pero qué bellas se ven nuestras ansiedades, qué bien saben aunque no las necesitemos!
Desde que trabajo en algo relacionado con Marketing, todo lo que escucho y digo es pocho; ¿se han fijado que quienes nos dedicamos a algo relacionado con la mercadotecnia hablamos con palabras como shopper, retail, branding; y las sacamos en el momento más oportuno con los amigos del gremio?; podemos estar hablando en un español promedio, pero repentinamente nos invade nuestra excelente pronunciación del inglés, y no podemos reprimir el soltar un “Anyway” o un “too late”.
Somos de otra categoría, o así creemos que nos escuchamos; pero lo cierto es que quienes nos sabemos shoppers ya integramos una especie de cofradía mundial más elitista; pues buscamos un punto de encuentro para presumirnos nuestra última adquisición.
Tengo un amigo que decía que su Xbox era su novia “Xbotina”, y un día planeó una cena para presentárnosla; es un shopper tan enfermo como real. Luego lo invitaron como fotógrafo para hacer una revista sobre un cuerpo policiaco en algún estado de la república; estaba dudoso en ir, pero cuando le dijeron que tenía que fotografiar a hombres uniformados con armas largas y subirse en helicópteros para vivir una aventura sin igual, se decidió, y le dijo al contratante que sería como estar en una película de Transformers.
En estos tiempos de shoppers furiosos que se abalanzan a las tiendas peleándose un lugar de estacionamiento, a veces me siento como un personaje de Douglas Copland, quien escribió Generación X, aunque yo soy más contemporánea (debo aclarar).
Lo peor que le puede pasar a un shopper es que alguien le copie y consiga el producto que uno le había mostrado bajo la advertencia de “no lo encontrarás en ningún lado”.
Tengo la mala costumbre de comprar libros por el canal tradicional, voy a la librería que me parece menos pretenciosa, pero que igual vende aires de intelectualidad, y gasto aproximadamente mil o mil 500 pesos al mes, entre libros y vinilos. Un libro promedio tiene un costo de 300 pesos; un vinilo está por arriba de 500.
Llegué un día a la escuela con uno de esos libros de los que sólo se distribuyen en México unos pocos ejemplares. Cuando un amigo vio mi libro, yo traté de ocultarlo, pues lo conozco y sé que acostumbra desear lo que yo deseo, y en cuanto yo compro algo, él también lo quiere tener.
Tremendo fiasco me llevé cuando descubrí que un par de semanas después llegó a mostrarme el libro con una sonrisa burlona. ¿Cómo lo conseguiste?, fue la pregunta envidiosa que escuché salir de mi boca; “En Amazon”, me contestó. Peor aún, pues cuando me dijo lo que le había costado, fue menos de la mitad de lo que a mí me costó. Desde entonces he tenido pesadillas en las que Jef Bezzos, el creador de Amazon, sostiene mi libro y se ríe en mi cara.
Mis experiencias con las compras virtuales son desastrosas; mi pareja tiene la obsesión por hacer shopping en mercadolibre.com, pero como no le tiene confianza a los depósitos, encuentra cierta adrenalina en citarse con desconocidos en lugares públicos para llevar el efectivo e intercambiarlo por el producto; yo siempre le digo que cuál es el chiste de comprar en línea si pierde su tiempo en recoger los encargos que hace. A lo que me contesta que en mercadolibre.com encuentra de todo; hasta las cosas más extrañas. Un día me llevó a la casa un dispensador de jabón líquido para el baño con forma de nariz. La broma consiste en apretarla cuando hay que lavarse las manos.
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