Cuántas veces no hemos escuchado la expresión popular “Mi carta a Santa es…”. Suelen usarla los clientes –principalmente de las agencias- para expresar todo lo que quieren, a sabiendas que no pueden obtener la totalidad del deseo.
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Creo que desde muy pequeños aprendimos que precisamente la carta a Santa se mandaba con mucha ilusión para después desilusionarnos al abrir los regalos. Sin embargo, a mí me toco una etapa en la que mis padres me ayudaron a escribir la carta, obviamente basándose en su potencial por un lado y por el otro atendiendo mis deseos. De manera que cuando abría los regalos quedaba convencido de que estos eran lo mejor para mí. Ojo, no estoy culpando a mis padres de haber tenido un plan macabro para que mis ilusiones fueran otras, pero reconozco que su tarea consistió en guiarme por un camino más realista y menos frustrante.
Muchas veces he escuchado quejas dentro de las agencias o de parte de compañeros de la industria publicitaria por las famosas cartas a Santa de sus clientes. A diferencia de muchos de ellos, no creo que los clientes estén equivocados. Tal vez algunos exageren pero no son todos. Más bien creo que no les estamos ayudando a sentar las bases para que esas cartas se hagan considerando los resultados reales que se pueden alcanzar, del presupuesto existente y de las capacidades de la agencia. De esta manera, al igual que en el ejemplo de mis padres, habrá menos desilusiones para todos.
Así que esta reflexión navideña no va enfocada a crear agencias que puedan satisfacer todos los deseos de sus clientes, sino a saber guiarlos por un camino de beneficios mutuos y justos.
Por último, aunque suene a cliché, les mando un fuerte abrazo y les mando mis mejores deseos, porque yo sí soy de los que les gusta la navidad y no se ponen Grinchs.